Luis Miguel Fuentes

16/12/01

REPORTAJE

"Con lo bonita que es la peseta..."

El mercado de Cádiz, con sus clientes y comerciantes, es un ejemplo de la división de opiniones y de la incertidumbre que rodea a la llegada del euro


LUIS MIGUEL FUENTES

CÁDIZ.- “Del euro estoy hasta la coronilla, eso no lo entiendo por la gloria de mi madre, que ese día no salgo de mi casa, me voy a llevar tres días sin salir y sin comer”. Encarnación espera que le entreguen su compra en la carnicería. En la puerta de la cámara frigorífica, el dueño del negocio ha colocado el cartel oficial del euro con su azul comunitario, con sus monedas y billetes alineados como una pequeña marina desafiante. Pero a Encarnación el cartel le sirve de poco, pues nunca aprendió a leer. El carnicero, un poco guasón, le dice el precio de la compra en euros, y Encarnación protesta con rabia: “A mí dejarme de euros, la leche que mamaron todos”.

El 1 de enero, el euro llegará festivamente desde las estratosferas europeas, con su redondez brillante, con su alegría de estreno. Pero para personas como Encarnación, será como un cataclismo. La campaña oficial nos habla con desenfado de redondeos, decimales, equivalencias y ventajas, pero a lo mejor en Bruselas no caen en que por aquí hay todavía quien no se maneja con las cuatro reglas, o quien no llegó ni al abecedario. Cerca de Encarnación, Maruja recoge su cambio: “Lo del euro, las personas mayores no lo entendemos, yo ya no tengo la cabeza de 20 años, que ya no sé ni cuánto es la vuelta de mil pesetas... Nos van a engañar como quieran”. El desconcierto llega hasta el absurdo: una mujer mayor, al ser preguntada por el euro, le dice enigmáticamente al periodista: “¿Tú eres del butano?”.

Para encontrar estos casos, no hemos tenido que ir a ninguna aldea perdida ni a un pueblo de cabreros. Estamos en una capital de provincia, en el mercado de Cádiz, que desde fuera tiene algo de cuartel bombardeado, con ladrillos desconchados y unas rejas como hechas con los hierros de un convento.

Navidad hortelana
El mercado vive su Navidad hortelana, con un asomo de lechugas y nueces, una marroquinería de monederos y patatas en los cestos, pescadillas que miran como a una burbuja los céntimos de papel de los carteles oficiales, “así son los euros” pone en los carteles. Algunas pizarras tienen ya los precios en pesetas y en euros. Otras, sin embargo, guardan todavía fidelidad a la moneda ya muriente, por desidia o repudio a ese dinero como invasor que parece la divisa europea.

En su carnicería, Mari mira por encima de unas morcillas muy hermosas y confiesa su desconocimiento: “Fatal, del euro no me digas ná. Tendrían que habernos dado clase, como en el colegio. No voy a llorar ná cuando me den los billetes y no sepa de qué son”. “¿Por qué nos cambian el dinero lindo nuestro? Con lo bonita que es la peseta...”, comentan, con desencanto, desde el puesto vecino. En el puesto de verduras de Paqui, tampoco hay ninguna referencia a la nueva moneda. “Yo estoy muy despistada con eso, a ver qué pasa, cuando llegue el euro se tendrá que poner mi marido, porque yo soy muy torpe”. Paqui no sabe decir ninguno de sus precios en euros. Ni siquiera conoce la equivalencia entre peseta y euro. “No tenían que haberlo puesto —dice—, estamos todos igual, y las personas mayores, fatal. Yo, en dos o tres días, es que ni vendré”. “Además —comenta indignada— hemos tenido que entramparnos para comprar otra báscula que ponga los precios en euros”.

La pionera
Al contrario, María José, que también tiene un puesto de verduras, se muestra orgullosa de ser “la pionera” del euro en el mercado. “Desde primeros de año tengo puestos los precios en euros”. María José se maneja muy bien con la nueva moneda, y al ser preguntada por el precio de las patatas, contesta sin mirar la pizarra: “Son 1’80 euros la bolsa de tres kilos”. “Yo no lo veo complicado —dice— y hay que olvidarse ya de la peseta, empezar desde el principio con los euros”. María José cree que lo más complicado será manejar a la vez euros y pesetas: “Hay que aconsejar a la gente que pague desde el principio en euros, porque así sabrán mejor el cambio”. Una señora que compra en el puesto de María José no parece tampoco muy preocupada: “Yo he conocido el real, la gorda, la perra chica, que cuando nos hacíamos un chichón nos la ponían en la cabeza con un pañuelo, para que se quitara el bulto, y lo del euro será otra vez lo mismo”.

En los alrededores de la plaza de abastos, rodeada de puestos y tiendecillas, el euro se espera con precaución y estoicismo. En una pequeña ferretería o cuchillería, el dueño confiesa que “no tenemos mucha idea, pero estamos esperando las monedas, y ya se verá entonces, aunque no creo que sea muy difícil, los primeros días más que nada, pero ya tenemos maquinitas...”. No parece, sin embargo, muy convencido.

Poco oportuna parece por Cádiz, eso sí, la fecha del arranque del euro: “Mala época, con muchas ventas, y con eso de dar el cambio en euros aunque paguen en pesetas, no va a cuadrar ni una caja”, comentan en la popular tienda de discos El Melli. Y las rebajas, claro. “Es lo que estamos temiendo —dice una dependienta de una tienda de ropa, entre tibios marrones y rojos—, que llegue el 7 de enero, las rebajas, la que se va a formar en las cajas, no quiero ni pensarlo...”. En el supermercado Champion, las cajeras ya cantan el total de la compra en euros, “para ir acostumbrando al cliente”. Tranquilas y arremangadas, sólo avisan que “será más lento cobrar”, pero “todo irá bien”.

Este año, también el Carnaval se estrenará en la nueva moneda, y el Carnaval trae mucho movimiento de dinero, como señalan algo preocupados en un bar del barrio de La Viña. “Ojú, va a ser liao, pero son 6 euros 1000 pesetas, ¿no?, lo jodío va a ser el cambio”, dice un “titi” algo tomadillo, que se va del bar como tocando las palmas. Algunas iniciativas empresariales han intentado ya familiarizar a la gente con el uso del euro. Lo cuenta Felipe, el del famoso mesón de la calle de la Palma, que enseguida que se le pregunta por el euro, saca dos billetes “de juguete”, de 5 y 10 euros: “Aquí hicimos una feria del euro, un mercadillo —cuenta, enseñando los billetes y hablando por encima de la música de carnaval que suena—. Nos acostumbraremos, también la persona mayor, que en cuanto le quiten un euro de la pensión verás como se espabila”.

Aun con tanta propaganda de decimales felices y la familia García haciendo el ganso, la llegada del euro va a pillar a mucha gente fuera de juego, bien sea por ignorancia o por dejadez. En algunos comercios pequeños hay una inercia remolona de peseta, y en la calle permanece un temor a ser engañados, a volverse un poco analfabetos del dinero, más esa desconfianza y esa rebeldía que traen las cosas impuestas, pues así ven muchos el euro. Europa llega, moderna y azul, con todo su billetaje nuevo y sus bancos en carrozas, pero por aquí la gente se mueve más bien entre el amotinamiento y la resignación. Cuando estallen los fuegos artificiales el 1 de enero para recibir a la nueva moneda, cuando comiencen a arder las calculadoras, que habrá que llevarlas al cuello como una medalla, seguro que muchos, en cada redondeo, se estarán acordando de todos los padres de la patria europea, “con tós sus castas”, que dirían en Cádiz.


Millonario por una coma

“Me llamó el director del banco, para preguntarme si no me había dado cuenta del ingreso, que por lo visto me habían hecho por equivocación: un montón de millones”. José Luis recuerda, divertido, su breve experiencia como “millonario”, propiciada por un error del banco en la adaptación al euro. José Luis es dueño de la conocida papelería Ferreiro, en la Plaza de las Flores de Cádiz, un comercio con más de cincuenta años y que es un cruce entre papelería y sacristía, con cuadernos y mochilas conviviendo con crucifijos y vírgenes fluorescentes. “Fui a ingresar un pagaré que ya estaba en euros, pero, por lo visto, la cajera no le puso la coma de los decimales. Yo ni me di cuenta, hasta que me llamó el director, y yo le decía que si se creía que yo era el Dioni –ríe- y me iba a ir con el dinero”. José Luis ni siquiera recuerda la cantidad, sólo que “eran muchos millones”. El de José Luis es otro de los casos de errores bancarios que se están produciendo con la adaptación al euro, errores que han acabado, incluso, con el procesamiento de algún listo que se dispuso a recolocar los millones “regalados”. Pesetas que pasan a euros sin dividir, euros a los que se les mueve la coma... No parece sino que la peseta se quisiera despedir con esta venganza contra todos los mandamases del dinero, que la han llevado al garrote vil como una pequeña hereje, inocente y rubia.


 

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