Luis Miguel Fuentes

20/01/02

REPORTAJE

PESCA / LA INDUSTRIA DEL ENVASADO SE ALEJA DE ANDALUCIA

Adiós, 'Isabel': la conservera da el cerrojazo

Conservas Garavilla, la de las latas de atún Isabel, ultima la triste liquidación de su fábrica de Algeciras


LUIS MIGUEL FUENTES

ALGECIRAS.- La gaviota está contra el cielo como una virgulilla que le pone el mar a la fábrica. La gaviota viene primero siniestra y córvida, en lentos círculos de muerte o inminencia, pero luego se agita en un aleteo, en una diagonal definitiva, y entonces parece el heraldo que enviara la bahía para la última cortesía y la última fanfarria. La gaviota se posa sobre el tejado curvo de una nave, se queda como una gárgola transeúnte o un ángel que patrullara brevemente las tumbas de las techumbres. Gran mausoleo con chimeneas y tuberías, cementerio marítimo donde se petrificarán esqueletos de pescado y melancolías de obreros. La fábrica que tiene Conservas Garavilla en Algeciras se va a cerrar y vienen ya las gaviotas a sus hierros como al vientre podrido de una ballena.

Conservas Garavilla es más conocida por su marca, Isabel, ésa que en los anuncios nos quería engañar convirtiendo la pobreza de una lata de atún en un festín y una celebración. Conservas Garavilla, empresa vasca, multinacional del pescado, con oficinas desde Inglaterra a Rusia, tenía cuatro plantas en España: en Pontevedra, Vizcaya, Lanzarote y en Algeciras, de las que ya está cerrada la de Lanzarote. Tiene también factorías en Marruecos y hasta en Ecuador. Pero ahora, por esa pulsión que tienen todas las empresas por abaratar costes, está agrupando las fábricas en su norte original y, en esta estrategia de concentración, ha visto prescindible o ruinosa a la factoría de Algeciras. Fuera de esta concentración y este retorno hiperbóreo ha quedado, eso sí, su planta de Agadir, en Marruecos, pero ya se sabe que allí los gastos y los brazos suponen poco dinero y poco conflicto. Para Algeciras, que llegó a tener hasta cinco fábricas de conservas, este cierre significará la desaparición de este sector industrial y la pérdida de unos 145 puestos de trabajo, 45 indefinidos y otros 100 eventuales, aproximadamente, que iban y venían con la marea.

En el barrio de Pescadores, la fábrica de Conservas Garavilla mira por encima de muros y palmeras a la Bahía de Algeciras y al puerto deportivo, con las letras rojas y azules de las palabras “Isabel” y “atunes” como dos focos extinguidos. La factoría es de un gris resbaladizo, de un cemento amarejado, de un nublado sólido. En una esquina del recinto, se apilan contenedores que ya son como un nicho para el vacío y una metáfora de inutilidad. Hay un olor suspendido a podredumbre marina, a vísceras de pescado, a grasa contra metal y a arponaje amontonado. Desde la verja corrediza de la entrada, que da la espalda a la bahía, una cuesta baja hacia el almacén y las naves dejando a su lado un edificio con un verde de colegio y un como chalecito. Es jueves por la mañana y hay un silencio de negociación y una pausa tensa en los hombres que pasan de un lado a otro con sus monos azules y los colores de Isabel en la espalda como una alegría tétrica; en las mujeres de blanco, con gorro y un delantal, con algo de enfermeras para peces muertos; en los oficinistas o sindicalistas de paisano que no se despegan del móvil y hacen por el patio corrillos y conversaciones de barandilla; todos desconcertados y desganados por un trabajo ya en balde y por esa incredulidad que tienen todos los finales. Silencio de los trabajadores y silencio de la empresa, que echa al periodista y le azuza a la portera.

Se negocia, se lucha en los despachos, pero nadie espera la salvación de la fábrica y sus puestos de trabajo, tan sólo ese consuelo de un despido generoso o una jubilación anticipada. “La gente está aburrida –dice José Jiménez, trabajador de la factoría, cuando sale a la hora de comer—, últimamente ya se veía que esto no iba, era una muerte anunciada. El ambiente es triste, después de tantos años, porque esto empezó a producir en el 62 o 63”. “Aquí la mayoría de la gente –continúa-- tiene edad avanzada, a ver dónde vamos a ir ahora, yo que tengo ya cincuenta y tantos años...”.

“Hace 14 ó 15 años eso funcionaba divino, se hacían a diario un montón de kilos de pescado”, cuenta en un bar José Mari Cano, que estuvo 22 años en la fábrica, hasta hace 4, y que luego ha seguido trabajando esporádicamente como eventual. José Mari Cano, pequeño y enflaquecido, va a cumplir los 60 años y ha sido uno de los últimos eventuales de la factoría de Garavilla, los que terminaron su contrato en diciembre. “Ahora no hay pescado, anda que no hay cajones vacíos allí –dice con tristeza--. Es una lástima, son 150 personas por lo menos los que trabajan ahí”.

Pero los trabajadores venían ya esperando el cierre de la fábrica desde el 95, cuando comienza la crisis pesquera, decae la actividad y la empresa plantea por primera vez la posibilidad del cerrojazo. Desde entonces, las plantilla vivía con el desasosiego de que “llegara alguien del norte” para darles la noticia y la puntilla. Un cierre anunciado que, sin embargo, sí ha sorprendido a Cira, de 19 años, con coleta y piercing, que todavía se acerca a la verja y pregunta por el telefonillo “si puede hablar con alguien para el trabajo”. “Yo no sabía que iban a cerrar la fábrica –comenta Cira cuando le dicen que no pueden atenderla--, había dejado un currículum por si podía entrar a trabajar”. Luego se marcha en la moto, un poco avergonzada de su ingenuidad. Igual que para Cira, para el resto de la ciudad la factoría de Garavilla ha dejado de ser una referencia a la hora de buscar un empleo.

Después de más de seis horas de negociación, los representantes de la plantilla consiguen de la empresa las más altas indemnizaciones que prevé la ley española: 45 días por año sobre un tope de 42 mensualidades, además de asegurar una cantidad mínima de 3 millones para los que llevan menos tiempo. Francisco Martínez, presidente del comité de empresa, ha declarado a la prensa que “hemos dejado la lucha porque estamos cansados y hartos de aguantar tanta presión”. La factoría de Garavilla en Algeciras cerrará definitivamente el 31 de enero. En Algeciras, que tiene esa provisionalidad de todas las ciudades fronterizas, otra industria muere y otro trozo de la economía se queda en cobijo para los fantasmas y las lagartijas.


"Están desmantelando el sector pesquero"

 

“No estamos de acuerdo con el cierre, pero no podíamos pedirle a la gente que aguantara en la lucha más tiempo”. Miguel Alberto Díaz, secretario comarcal de Comisiones Obreras en el Campo de Gibraltar, tiene la voz cansada después de días de dura negociación. Pero para Díaz, el problema va más allá del cierre de una fábrica y de la pérdida de 150 puestos de trabajo, reconfortadas por las altas indemnizaciones. “En el Campo de Gibraltar, había hasta 27 empresas del sector, más de 1600 trabajadores. Están desmantelando el sector pesquero”. Ahora, sólo quedan tres plantas conserveras en el Campo de Gibraltar, una en La Línea y dos en Tarifa. Díaz se queja de que se está repitiendo demasiado ese modelo de una empresa que se instala y luego se marcha cuando ha terminado de desenterrar todos los beneficios. “Cuando dejan de exprimir, se van al norte”. “En la Unión Europea –explica--, los intereses se están desplazando cada vez más al norte y al este, con la incorporación de nuevos países, y no al sur. Esto va a acabar con muchos sectores como el pesquero, un sector que significa muchos puestos de trabajo”. Díaz opina también que “si no se hace algo, Andalucía va a quedar relegada en los fondos de cohesión”. “Es necesario reflexionar, porque cosas como ésta van a seguir ocurriendo en el futuro”, concluye. También Inmaculada Ortega, secretaria de acción sindical y empleo de Comisiones Obreras en la comarca, opina que “las ayudas que hay para el sector pesquero se van a otro sitio, y aquí no hay subvenciones, y por eso las empresas se marchan a otros lugares con menos costes”. Para Ortega, la estrategia de concentración de Garavilla es, pues, una “excusa”, y llama a las Administraciones para que apoyen activamente a este sector que se va extinguiendo y dejando tras de sí una numerosidad de parados y solares terrizos.

 

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