Luis Miguel Fuentes

28/01/02

REPORTAJE

Canal Sur radio o el mundo de la piruleta

El inelegante sesgo a favor de la Junta y del PSOE de las tertulias y los informativos conducidos por Tom Martín Benítez en la radio pública andaluza


LUIS MIGUEL FUENTES

SEVILLA.- Las porteras, rozadas de gatos, descorren la cortina y sacan el orinal; los taxistas bostezan como otro émbolo del coche; amanece en las panaderías y llega la radio como el desperezo del aire y la vibración del barrio. La radio mañanera, despabilante, todos los tertulianos en la alcoba o en el autobús susurrando al oído, y la noticia que convence como la verdad falsa del último sueño, pues mezcla la primera declaración del político con sus hipogrifos, con el abuelo muerto, con llegar desnudo al colegio y caerse por la escalera de aquella casa de la tía, que daba a un lavadero lleno de monjas. Ése es el poder de la radio de la mañana, atornillada al despertar, a la pesadilla, a la realidad torcida y a los ojos semicerrados. Dominar ese poder, esa hipnosis, esa inyección inicial a la consciencia, poner a un locutor a hablarte en el mismo dormitorio como un salesiano, ya con el temprano Ave María de un consejero de la Junta. Poder inmenso y tramposo como el de un mentalista. Toda la radio saludante en la mañana es eso.

El político, explorador de todos los poderes, quiere también ese poder de la radio, tan inmediata, y el de otros medios que lo son menos. El político aspirará siempre a hacer o limitar la línea, la tendencia, la ideología, el estilo del medio. Y quien dice los políticos dice un lobby, una empresa muy gorda, los dueños de la cosa, que siempre los hay. Sobre el sacerdocio del periodismo siempre está un contable vigilante y ceñudo. Decían en el programa de Joaquín Petit en Canal 2 Andalucía que el periodista es un “vendedor”, que es quizá una visión en extremo resignada de la profesión. Pero es cierto que hay mercenarios, igual que hay quien tiene que seguir haciendo posibilismo en su medio, como hacían algunos grandes durante la dictadura, que nos dejaban una durísima crítica al Sistema disimulada en medio de una columna sobre un limpiabotas o un gorrión muerto. La mayoría de las veces el periodista teme a un párrafo que nunca escribe o dice y por el que podrían echarlo. En la elegancia de llevar esto se nota mucho la categoría de un periodista, igual que en el grado de libertad que tienen sus periodistas se nota la categoría de un medio. Pero la objetividad y la independencia totales son un mito, y sólo quedan unánimes los apuñalamientos y los parricidios, que todos los medios los sacan más o menos igual de sangrantes. La tríada capitolina de escuchar, verificar y publicar, una bella mentira la mayoría de las veces. La elegancia, queda sólo la elegancia.

Canal Sur Radio, que es de lo que iba esto: la inelegancia. La inelegancia pagada con dinero público, eso sí. La libertad de información es que los distintos grupos puedan hacer su concentración de medios y diseñar su línea editorial y se enfrenten después como lanceros en el quiosco y en el espectro radiofónico. La gente sabe, en cada cabecera y en cada dial, qué es lo que va a encontrarse. Es lucha justa y digna. Pero en los medios públicos, ay, aquí se desnuca el equilibrio. Presupuestos gigantescos, deudas sin límite, gran tanqueta al servicio del político. Quien niegue la mano del político en los medios públicos es necio o ingenuo. Ya nos ponen, por eso, a sus voceros al frente, sin disimulo: Pío Cabanillas o Rafael Camacho. Pero la elegancia, queda todavía la elegancia.

Canal Sur Radio nos despierta con Tom Martín Benítez, La hora de Andalucía, se llama el programa. Inelegancia. Suavidad, paternalismo, pues Martín Benítez tiene algo de padrecito y de amor platónico de todas las esposas, pero inelegancia al fin y al cabo. Inelegancia de reverencias, cabezadas, aplausos al consejero que acaba de hablar. “Es que es genial”, se le ha escuchado decir después de una intervención de Gaspar Zarrías. Hay una parcialidad legítima que viene de la conciencia, de la pluralidad, de la propia ideología, y con eso se hace el periodismo de opinión. Pero en un medio público, con dinero de todos, esta parcialidad uniforme, dirigida y pagada se convierte en propaganda, y el periodista, en lacayo del poder.

Tom Martín Benítez tiene voz de sacristía. Adiestra, pedagógico y acariciador como un párroco. Suavón, casi mimoso, nunca estridente, pero siempre dirigiendo todo hacia el mismo sitio. Habla sobre unos programas de desarrollo rural y empleo de la Unión Europea y su frase, admirativa, emocionada y plena de infantilismo, es ésta: “Hay un dinero y la Junta dice ‘vamos a por ese dinero’”, y deja con la voz un gesto como de Leticia Sabater, qué chachipiruli, amiguitos. Aplausos, por favor. Qué buena es la Junta, cómo nos cuida y nos protege por acogerse a un programa europeo. Ridículo. Inelegante. Hay en cada palabra suya un adoctrinamiento y una veneración, subrayados por esa cadencia de profe de guardería que dice las noticias como cuentos llenos de hadas buenas, que son los consejeros de la Junta, y de ogros feísimos y descoyuntadores, que son los otros. Es el mundo de la piruleta, subvencionado.

Adoctrinamiento, veneración
Cualquier asunto es una excusa para embellecer a la Junta y a sus próceres, hasta los retumbes de las caceroladas argentinas. Dice Tom Martín Benítez, endulzando la voz: “La Junta, consciente de que hay andaluces que lo pasan mal en Argentina --observe el lector la inserción paternalista y benefactora--, ha aprobado tres planes de ayuda (...) pero antes va a mandar una delegación para asegurar que ese dinero no se distraiga”. Habla Gaspar Zarrías, por segunda vez en cinco minutos, y, luego, Tom Martín Benítez aplaude: “Está bien, está bien esa cautela”. No son comentarios. Son coros. Hay tanta cercanía y complicidad con el poder que hay hasta quien llama para ser entrevistado. Carmen Calvo, por ejemplo, la consejera de Cultura, lo hace mucho. Ildefonso Dell’Olmo, el parlamentario “fantasma”, llegó a llamar para que lo sacaran cuando aquello de los perros con las patas cortadas, pues él había sido el ponente de una ley de protección de perros. Es hasta gracioso. Y cuando va Manuel Chaves, por supuesto, se le silencian todas las incomodidades.

Son detalles a veces abruptos y a veces sutiles y transversales, como esa constante intención de sinonimia entre la palabra “Junta” y la palabra “Andalucía”. Tom Martín Benítez habla de las transferencias de las políticas activas de empleo, por ejemplo, y dice: “se tienen que transferir primero a la Junta”, y hay en ese sustituir Andalucía o autonomía por su poder ejecutivo una equivalencia interesada y un abanderamiento inequívoco. Pero a veces Tom Martín Benítez lo hace con tanta tersura que sólo cuando se repasan sus frases se ve, brillando como un nucleolo, esa parcialidad como una rúbrica y esa lente a través de la que ve todo.

Llega una rueda por las delegaciones de Canal Sur en las provincias, se va diciendo para cada una el tiempo y un titular. Los titulares son una noria de consejeros de la Junta en inauguraciones, charlas, actos y contradanzas. Es la crónica de la Corte: Alfonso Perales que corta la cinta de un puente sobre el río Ubrique, Magdalena Álvarez en una cosa de interesantísima de “estadística mediterránea”, Gaspar Zarrías en la apertura de un hotel... Todos, ya se ve, asuntos de primera plana, sin duda. Propaganda pura, un Nodo chavesiano. Y sin disimulo, que es el único decoro que le puede quedar a la impunidad. Luego, la tertulia, plana, sin controversia, todo asentimiento y pandilla, pues se han ido yendo, aburridas o agobiadas de sectarismo, las voces más críticas.

En Canal Sur Radio las cosas están muy claras, y esto lo dicen hasta los de dentro: el aparato del PSOE es intocable; Zarrías manda como un arzobispo; Tom Martín Benítez es el Patriarca, y su programa, paradigma. “Están al servicio del partido desde las ocho de la mañana”, comenta alguien muy cercano. La radio pública andaluza es un instrumento dócil y contiguo al poder autonómico. Tom Martín Benítez, que venía de una izquierda sindical y de un activismo comprometido, seguramente es sincero en sus opiniones. “La derecha lo puso todo patas arriba para llegar al poder” o “Ibarra dice verdades poco pulidas” son frases suyas muy legítimas. Pero está la inelegancia y el abuso de servir a la propaganda de un partido con el dinero sagrado de lo público. “Los medios públicos son necesarios para la pluralidad, y hay un cierto estatuto de funcionamiento común en ellos”, explica Martín Benítez. Declaración algo enigmática que quizá sólo nos está diciendo que las cosas son así y que además no cambiarán, porque a todos, los de un lado y los de otro, les interesa, pues es cosa que les beneficia por turnos. Aleccionar a la masa. Qué político no aspira a eso, qué poder no diseñaría su parque temático y su mundo de la piruleta con una radio a su disposición. Sólo queda, claro, la elegancia.


 

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