ESPECIAL DÍA DE ANDALUCÍA
20 ANDALUCÍAS EN 20 AÑOS

Luis Miguel Fuentes

28/02/02

LA MÁS LATIFUNDISTA.  EL MAPA DE LA PROPIEDAD DE LA TIERRA SIGUE MOSTRANDO LA PERVIVENCIA DE LOS LATIFUNDIOS (FINCAS DE MÁS DE 50 HECTÁREAS) EN LOS GRANDES MUNICIPIOS DE ANDALUCÍA LA BAJA Y LAS GRANDES FINCAS DE LAS SIERRAS DEL INTERIOR.

Jerez
LO QUE QUEDA DEL SEÑORITO

Luis Miguel Fuentes

Jerez es el reino de los toros eternos y los caballos como mayordomos, del vino sagrado y la tierra almorzada, de la tradición como un rezo y los apellidos de bronce. Isla orgullosa, castillo de antepasados, nación de solemnidades, a Jerez le pesan los tópicos como Cristos. Uno de ellos, el del señorito. Los años han ido remodelando las estirpes y recolocando los cortijos, pero la verja ante la tierra, el caserío como una iglesia donde va dócilmente el pueblo a pedir pan, las colinas hasta el horizonte como sucesivas manos o caderas del planeta, todas bajo la misma bota, siguen ahí. “Claro que hay señoritos, lo que pasa es que han cambiado el caballo por el Patrol”, dicen sindicalistas y jornaleros.

Aunque en Jerez la figura del terrateniente ha creado estética y leyenda propia, hay que recordar que la mitad de las tierras de Andalucía está en manos del 2 por ciento de los propietarios. Terrateniente es una palabra fea que se quiere utilizar poco y que suena a soldado prusiano muerto, pero la realidad es que siguen existiendo. Sonoras aristocracias y grandes apellidos lo confirman: Bohórquez, Domecq, Mora Figueroa, Guardiola, duques del Infantado o de Alba, conde de Aguilar o de la Maza, infantes de Orleans Borbón, tienen sus banderas y sus fincas como ínsulas a lo largo de toda la región.

Para muchos, el latifundio es un abuso, un reinado demasiado grande para no parir injusticias. “La tierra se está concentrando cada vez en menos manos, pero la agricultura tiene que estar al servicio de las personas, de la calidad de vida, no puede ser un mercado para enriquecer a unos cuantos; además, muchos sólo van por la subvención, que es el PER del los ricos: el 80 por ciento de las subvenciones se lo lleva el 20 por ciento de los propietarios”, dice Diego Cañamero, del Sindicato de Obreros del Campo, comunista mítico y revolucionario de los tajos.

RENTABLE. Para Gonzalo Domecq, sin embargo, “es bueno que la explotación tenga una extensión que la haga rentable y competitiva”. Juan Gallego Turrillo, secretario provincial de empleo y emigración de Comisiones Obreras de Cádiz, asegura que “en el marco económico, los terratenientes siguen marcando las pautas de los cultivos, tienen acceso a la información sobre subvenciones más fácilmente que los pequeños propietarios, que tampoco pueden competir con los grandes a la hora de modernizar sus cultivos”. “Los terratenientes –dice Gallego— dominan el mercado, los precios, la comercialización; tienen recursos que son inalcanzables para el pequeño propietario”.

Las grandes fincas persisten, pero en Jerez y en su marco, el señorito a caballo, lancero de su poder, juerguista y vago, preñador de criadas, ya no existe como tal. Es impensable hoy en día un personaje como aquel Domecq al que llamaban el Pantera. Lo cuenta Juan Conde, veterano de la CGT: “Iban los trabajadores con la bicicleta por los caminos y venía el señorito con el landrover, pegado a un lado, y los hacía tirarse a la cuneta. También se llevaba al cortijo contratados a 14 ó 15 gitanos para tenerlos cantando y bailando toda la noche, y les volcaba la olla de comida y hacía que comieran en el suelo”. Eran los años 60.

“Del señorito queda un vestigio sin ninguna relevancia, el señorito desapareció en cuanto se dio cuenta de que tenía que trabajar para vivir”, explica el escritor jerezano José Manuel Caballero Bonald, que se felicita de que se haya extinguido “esa institución basada en la frivolidad, el absentismo y la insolidaridad”. Otra opinión tiene Fermín Bohórquez padre, que habla con la voz y la mente cansadas y como muy nubladas ya de tiempo y heridas: “No es que no queden, es que no existieron señoritos, solamente señores, que fueron los que salvaron la guerra, los que lucharon por la Patria, como el ejército a caballo que montó Mora Figueroa”, dice algo disparatado.

La desidia y la autocomplacencia de los viejos señoritos, muy perdidos entre vino, orgullo, casino y gitanas, fue lo que acabó dejando a muchos arruinados y a la mayoría de las bodegas jerezanas en manos de multinacionales británicas y convertidas en altas galerías oxonienses, mientras sus hijos empezaban a entender que convenía más hacerse abogado o maestro. Antonio Burgos cuenta lo que, según el fallecido rejoneador Agustín García Mier, comentaba el betunero que entraba al casino Lebrero, uno de sus lugares de reunión: “Tós tiesos...”. Era la decadencia de todo un modo de vida y que afectó tanto a los apellidos más históricos como a aquellos medianos propietarios que se hicieron de oro con el estraperlo y se convirtieron en nueva aristocracia.

LEYENDA. Pero su leyenda sigue pesando todavía en la sociedad de Jerez y de toda la comarca. “En Jerez no se produce la revolución burguesa, sino que sigue consolidada la cultura del terrateniente, y eso condiciona el presente de la ciudad”, explica José María Gaitero, trabajador de bodega y afiliado a Comisiones Obreras. Su compañero, Sebastián González, asiente: “El proceso de transformación social viene aquí atrasado por los monopolios terratenientes, por una cultura familiar casi feudalista, marcada por el paternalismo, la protección y el agradecimiento al señorito, ya que el trabajo era visto como una limosna. Esto se mantiene hasta hace poco y todavía sobrevive en la cultura del caballo, de las grandes diversiones, el folclorismo, la Semana Santa...”. Para José María Gaitero, este paternalismo y esa cultura del “Don” lleva a que, todavía en la etapa democrática, los empresarios sigan “imitando a los señoritos”, y cuenta como curiosidad que “en Rumasa se hacían ejercicios espirituales, se repartían bonos para desayunos si uno iba a la iglesia y echaban broncas si alguien se divorciaba”. “Hemos pasado del feudalismo familiar al capitalismo familiar, pero la herencia cultural aún sobrevive”, dice Sebastián González. Es el clasismo que todavía no se va de Jerez, la ostentación, los enganches de oro y las primeras filas, los penachos y las medallas.

Son otros tiempos, pero queda una estética y quizá una remedo más o menos inocente de todo aquello. En las prestigiosas bodegas Marqués del Real Tesoro, que conduce José Estévez con su familia, hay un patio con arcos, candelabros de bronce, cajoneras dieciochescas, un cuadro de una infanta como una novia, una pareja de perros de piedra negra como esfinges frente a la escalera, un busto de José Estévez hierático y verde. En un salón anexo, hacen adorno y ambiente un piano de cola y fotos de ministros, aristócratas y reyes. Luego, una bodeguita con botas firmadas por Julio Iglesias, Curro Romero, Carmen Primo de Rivera, un obispo.. Todo alfombrado, palaciego y algo decadente, en una mezcla rancia de castillo, folclore, cristiandad y monarquismo.

José Estévez llega acompañado por un perro labrador que ha aprendido a saludar a las secretarias y se mete con él en el despacho. Estévez es amable y como despistado, abre cartas y contesta al teléfono rodeado de diplomas: Caballero de Mérito de la Orden del Monasterio de San Clemente, Círculo de Caballeros del Monasterio de Yuste y otras logias como templarias y cristianísimas.

CLASES. “Ya se están perdiendo las diferencias de clases, aunque todavía quedan reminiscencias desafortunadas –dice, desmintiendo un poco todo lo que le rodea a él mismo-- Quedan los que tuvieron y no tienen, los que querían y no podían y los de a pie, que estamos queriendo hacer algo”. Estévez sonríe y luego se pone bastante grave: “Aquel paternalismo, aquel Don Fulano, Don Mengano, era equivocado, fue un error gravísimo. Afortunadamente, en Jerez hay gente joven, con mucha ilusión y ganas de triunfar, que ni tienen apellido ni les hace falta”. Estévez reconoce que “el ombliguismo y el triunfalismo en Jerez nos ha hecho perder el sitio, era un error”. “Yo no me considero un señorito, sino un trabajador y un luchador inconformista que quiere hacer algo positivo por Jerez –continúa-- , y si queda algún señorito, no se da a conocer, porque se le caería la cara de vergüenza”. “Sólo quedan las ‘familias de los tuvos’: mi familia tuvo esto, mi familia tuvo aquello...”, concluye burlón.

La estética y los modos pueden resultar chocantes o anacrónicos, pero no son un problema importante. Sin embargo, ¿qué queda del señoritismo en las grandes explotaciones agrarias del Marco de Jerez? “Todavía hay gente en los cortijos que habla del amo”, dice un hombre por la finca La Cañada, entre El Puerto y Jerez. En la finca Torrebreva (en realidad son dos contiguas, Torrebreva y Torremesa), en el término de Rota, propiedad de los infantes de Orleans Borbón y con casi 800 hectáreas, una cuadrilla está injertando en espiga las cepas de uva de mesa. Mientras el manijero, incómodo, esquiva las preguntas, un jornalero se queja, bastante airado: “En el campo hay mucho abuso y mucha discriminación, y hay criaturitas que están trabajando por lo que les quieran dar y por las peonadas... Pero la culpa es también nuestra, porque cuando un cochino no chilla, es que no tiene hambre”.

En el campo se trabaja por campañas, algunas de las cuales son a veces de sólo unas semanas. En cualquier caso, la contratación del personal, aun con la presencia sindical, se sigue guiando por las viejas costumbres. Cuando un miembro de Comisiones Obreras le dice al capataz que “él le manda toda la gente que le haga falta”, el capataz contesta, poderoso, colorado y desafiante: “De los que tú me mandes, el que yo diga que no vale, se va a su casa...”. La arbitrariedad y la inseguridad en el trabajo hace que haya miedo a participar en asambleas y a denunciar las jornadas larguísimas y los incumplimientos de convenio que, según fuentes sindicales, son habituales, todo por no “señalarse”. El silencio cabizbajo de los trabajadores en el tajo, mientras sólo uno alzaba su voz contra “el abuso y la discriminación”, es un buen ejemplo. “En la finca Las Lomas, donde hay 400 trabajadores –cuenta Juan Gallego, de CC.OO.--, sólo 90 participaron en las elecciones sindicales, el resto no se atrevía a votar”. Es un síntoma clarísimo de la pervivencia del cortijo como entidad suficiente, como un ducado apartado del mundo donde todo lo que no sea el interés del dueño es fastidio y mala educación, donde se mantienen, colganderas y dulcificadas de modernidad, las amenazas de represalias y las jerarquías eternas.

En Jerez y en su área de influencia, pues, ya no quedan señoritos a caballo, pero queda el señorito abstracto, convertido en empresa o sociedad, con un poder que no hace falta demostrar con relinchos porque sigue planeando sobre los tajos, atiesado de siglos y reverencias. Es la Andalucía más terrateniente, con sus aristocracias y sus capataces brutos, con sus cortijos como ermitas y sus fiestas palaciegas, con sus distancias y sus clases. Es el fantasma de un pasado vergonzoso que se empeña en no abandonar esta tierra.

 

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