Luis Miguel Fuentes

7/04/02

REPORTAJE

LA ETAPA POST-GIL / INCERTIDUMBRE EN LA CIUDAD COSTASOLEÑA TRAS LA SENTENCIA CONTRA JESUS GIL

Gil, el príncipe destronado

Marbella se muestra dividida ante el inminente final de mandato de su, hasta ahora, poderoso e intocable alcalde


LUIS MIGUEL FUENTES

MARBELLA.-  Jesús Gil, con sus atletas patriotas y sus moles de cemento que se comen los jardines, con sus hijos metidos a pasantes y su Marbella de grúas y pagodas, con su Imperio en chándal y su vocación de juzgados. Ahora, una sentencia del Tribunal Supremo confirma la condena que ya le impuso la Audiencia de Málaga a 28 años de inhabilitación y seis meses y medio de arresto mayor por el ‘caso de las camisetas’. Hay en Marbella quien quiere ver esto como una cosa de lavandería, pero la traducción final es prevaricación y tráfico de influencias. Gil tendrá que dejar la alcaldía y, sobre todo, ese halo de hombre inabatible, de gran esquivador de los tribunales, ese poder suyo que consistía en parecer intocable y transparente como un resucitado muy orondo y bravucón.

Jesús Gil hacía (hace todavía) un populismo de alcalde albañil, de alcalde charcutero o de alcalde padrecito. Su política era dejar que a las ciudades las fueran moviendo los maretazos salvajes del billetaje y los amigos, que enseguida formaban chalés trepadores, playas asfaltadas y pisos donde antes había una arboleda. Mientras, distraía al pueblo con parterres, macetones, jamones y mozos con porra que quitaban de la vista a quinquis, putas y pedigüeños. Pero Gil, sobre todo, borró esa frontera entre lo público y lo privado, con Marbella y el Atlético de Madrid como una sucursal de la familia y todo el dinero en un saco común, indistinguible y gordísimo, que servía igual para fichar a un argentino, para hacer un rascacielos en suelo público o para pagar al panadero, ese saco que ahora se empieza a vislumbrar con certeza jurídica con esta sentencia y que seguramente se terminará de desenterrar con otras que vendrán de la mano. 

Tanto prosperaban con sus métodos, que Gil y su partido (que era él mismo en mayúsculas) se fueron desgranando en trasuntos, repitiéndose por la costa malagueña y gaditana con otros alcaldes más flacos y guapos, e incluso asaltando Africa a base de tránsfugas de mandíbula austrina. Tuvo también la tentación de llegar a algo serio en la política nacional, pero no le funcionó porque España no es el barrio ni se pueden contratar a todos los votantes de barrenderos. El desmoronamiento del GIL fuera de Marbella tras los primeros batacazos judiciales de su jefe, con sus elegantes ediles forasteros sucumbiendo a los encantos conciliadores del PP, lo confinó ya a su último castillo de la Costa del Sol, cuyo trono ya fondón deberá abandonar ahora, azuzado por una justicia remolona que ha tardado seis años en mirarse los papeles de la denuncia.

Marbella, tras 11 años de era Gil, tras 3 legislaturas de mayoría absoluta, está de resaca de sentencia y de lluvia melancólica. La prensa gilista, La Tribuna, pasquín conmovedor por lo infantil y lo risible, todavía presenta la sentencia como una victoria: “El Tribunal Supremo ratifica que Gil no ‘metió la mano en la caja’”, titula la primera página, con una foto de Jesús Gil entre anonadado y bonachón. Para este periódico, por llamarlo de alguna manera, el ‘caso de las camisetas’ es sólo una “irregularidad administrativa”. En las páginas de opinión, la mujer de Eric el Belga, escribe altanera y fachosamente sobre las dos víctimas del Sistema que son el general Rodríguez Galindo y Jesús Gil. El martirologio de Gil y su alzamiento como crucificado  parece que son las únicas defensas que les van quedando.

Entrar en Marbella el primer día de la era post-Gil, para el forastero, es entrar en un mundo desconocido y fiero. Al hablar con quien ha tenido contacto con Gil y sus negocios, Marbella aparece como un complicado trenzado de gente que pasa de freír pescado a ser millonario, de familias enchufadas en bloque en el Ayuntamiento, de concejales que se compran un helicóptero, de secretarias municipales que se vuelven medio locas, de papeles ligeros de firma, de gerentes muy aficionados a que le regalen arte, de bloques que le tapan la ventana a una casita, de dineros que acallan bocas, de testaferros medio tontos y, sobre todo, de un poder omnímodo, grosero y suntuoso que hace la atmósfera de la ciudad. Alguien lo resume gozosamente en un chiste: “¿En qué se parece Jesús Gil a un entierro? En que cuatro llevan la caja y los demás van llorando detrás”.

La división de la población entre gilistas y antigilistas se hace patente en una conversación que tiene lugar entre dos parejas de señores mayores que juegan al dominó a la intemperie. “Lo tenían que haber metido en la cárcel antes –dice uno de ellos—. Lo que pasa es que aquí hay muchos comesopas que tienen que defenderlo”. Enseguida, otro le contesta airado, golpeando las fichas: “Gil no ha metido la mano, ha sido un montaje; es el mejor alcalde, lo que pasa es que todo el mundo le tiene envidia”. Otro le da la razón con un curioso argumento: “Si ha robado, poco ha sido para todo lo que ha hecho por Marbella”. Terminan discutiendo, entre el rugido del juego.

 “Se lo ha ganado”, dice un taxista. “Al principio le votó todo el pueblo, porque los de antes lo hicieron fatal, pero luego empezó a hacer fechorías”. El taxista va señalando edificios por la ciudad: “Ese bloque era antes un parque, y aquel un campo de fútbol... Se ha chupado todo el terreno del pueblo, sólo ha ido haciendo dinero y dinero”. Termina, lamentándose: “Ay, con la fe con la que yo le voté...” En una tienda con una modernidad de botas y colores imposibles, Paqui comenta que está “encantada por lo que ha pasado”, porque “Gil siempre me pareció un pirata”. Cuando se le pregunta sobre el cambio que ha dado la ciudad, argumento que suele esgrimir Gil para exhibir sus bondades, Paqui niega, rotunda: “Los que vivimos aquí toda la vida no hemos visto ese cambio, sólo cada vez más bloques y menos zonas verdes”. En la misma tienda, Dani dice que “han hecho una sociedad que da la delincuencia”. “Parece mentira que la gente siga votando a este hombre --comenta Elena por el centro de Marbella-- .Tenía que ir a la cárcel y devolver todo lo que se ha llevado. Este año ha sido bestial, porque veía que le quedaba poco y ha arrasado”.

Pero Miguel, un joven que trabaja en la hostelería, muestra una postura totalmente contraria: “La gente de aquí sabe cómo era Marbella antes y cómo es ahora. Dicen que es un chorizo pero ha hecho cosas por el pueblo. Todos los políticos mangan, pero Gil ha dado seguridad, trabajo, limpieza, alumbrado, parques, ha quitado a los ‘yoncarras’. Y si dicen que aquí está la mafia rusa, pues eso también trae dinero, y es mejor que los quinquis y los tironeros”. En un restaurante, una señora defiende a Gil y a las personas “decentes” frente al “chusmerío”, con todas sus fechorías anuladas por poner un Corte Inglés. Esto es quizá una de las cosas más sorprendentes de Marbella, cómo muchos llegan a admitir sin rubor la corrupción y el delito por tener los parques limpísimos y el paseo más tranquilo. Más que negar sus tropelías, los partidarios de Gil se suelen complacer en ellas, lo que da una idea de cómo la mentalidad antidemocrática ha calado en la población a partir de los modos y usos de su santo patrón.

El futuro del mundo gilista en Marbella, después de esta sentencia de inhabilitación, es incierto. El GIL colocará a un nuevo alcalde, Julián Muñoz, que antes era camarero o así y ahora se viste de Loewe, es aficionado a los caballos, a los relojes caros y a los calzoncillos de seda negra. Pero sin Jesús Gil, sin su guía y sin el miedo que ataba a muchos, quizá su dorado proyecto acabe desmoronándose del todo. A Gil, príncipe destronado y muerto político, sólo le queda clamar a al cielo y a todos los dragones de la ira. Y aún queda el caso del “saqueo” de los más de 5.000 millones de pesetas del Ayuntamiento. Pero en Marbella, aplastado de bloques, queda ya poco sitio, siquiera para erigirle un catafalco.


"Queda todo por hacer"

Isabel García Marcos, del PSOE de Marbella, la enemiga rubia e incansable de Gil, debe de ser una de las mujeres más insultadas de España por todo lo que el ahora inhabilitado alcalde ha ido soltando por graciosísima boquita. Ahora, tras la sentencia, se muestra esperanzada: “Se nos ha dado la razón y eso es bueno para Marbella, pero queda un sabor agridulce porque ha sido después de 11 años, y se podía haber evitado mucho, todo el “saqueo”, si hubiera habido mayor agilidad judicial”. Para García Marcos, “se ha pasado un página, una etapa en la que ha habido retroceso en las inversiones reales, las que crean riqueza”. La representante del PSOE marbellí reconoce que “muchas veces hemos tenido la sensación de que Gil era omnipotente, que tenía total impunidad, que el Estado de Derecho no podía acabar con un enemigo de las libertades que encima es un mafioso”, pero que ha continuado con sus denuncias “por una lucha de principios”. “Era un absolutismo y un totalitarismo donde no se permitía la discrepancia, y teníamos la sensación de que la Justicia no reaccionaba”, explica. “Ya está, se acabó Gil. Ahora queda todo por hacer”.

 

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