Luis Miguel Fuentes

20/05/02

REPORTAJE

XVII MARCHA A ROTA / CITA ANUAL CONTRA LAS BASES AMERICANAS

"Contra la Europa del capital y la guerra"

Una veintena de organizaciones políticas y sociales completan la decimoséptima Marcha a Rota con un claro protagonismo del Movimiento Antiglobalizaión


LUIS MIGUEL FUENTES

ROTA.- En Internet habían colgado convocatorias adornadas por una Estatua de la Libertad agrietada y una estrella de la OTAN que se transformaba en esvástica. “Bush planea una dictadura global basada en la doctrina del unilateralismo intervensionista”, decían en la página de Ecologistas en Acción. Willy Meyer reivindicaba en rueda de prensa una política de seguridad propia de la UE, ajena al vasallaje a Estados Unidos. Pero además del viejo enemigo americano, del marine con chicle y despatarrado por todos los continentes, la Marcha a Rota de este año, la decimoséptima, venía acompañada de los cielos nuevos de la antiglobalización, de los mártires de Palestina y de Sintel, de las caceroladas de Argentina, del olor a pan y fábrica de la huelga general. La Marcha a Rota como un ensayo de la anticumbre de Sevilla, juntando a una izquierda coloreada, enfocada en Castro o contra Sharon, en las centrales térmicas o en la República, según. Toda esa izquierda desmadejada que quiere caminar hacia la Base de Rota como hacia el pórtico de todas las maldades del mundo, pues a alguien hay que gritarle. Unos veinte colectivos convocantes, desde Izquierda Unida o la CGT hasta el Movimiento de Objeción de Conciencia, el Foro Social “Otro Mundo es Posible” o la Coordinadora Andaluza de Solidaridad con Cuba.

En el Parque Calderón, en El Puerto de Santa María, cerca de donde sale el Vaporcito, entre tiovivos y castillos hinchables, se congregan los manifestantes. Una izquierda en camiseta y pantalón corto, con sandalia y mochila, una juventud como galilea de coleta y barbas esparcidas que toca la armónica y enseña el ombligo con piercing, unos viejecitos de guerra y comunismo campero, unos intelectuales con boina y largura de rostro. “Salud”, dice la gente al encontrarse con los colegas. Se leen las ideologías en camisetas, pancartas, banderas, pegatinas. Las camisetas son del Che, de Zapata, alguna de Bin Laden estilizado como un Greco terrible, negras, rojas, jevis, gamberras: “Colectivo por la reconversión del agua en cerveza”, dice la de un chaval. Y las banderas: bellas las republicanas, cegadoras las rojas con la hoz y el martillo, tristes las palestinas, orgullosas las cubanas, sufridas las andaluzas. Y las pancartas, haciendo su literatura de ráfaga y puño: “Bush, el terrorista eres tú”, “Palestina libre”, “contra el fascismo y el imperialismo”, y la primera, la oficial, tras la que se asoman los políticos principales, Antonio Romero o Willy Meyer, como a una balconada endeble: “Contra la Europa del capital y la guerra: OTAN no, bases fuera”.

Sindicalistas calvos, chicas cheroquis, larguiruchos con litrona, unas como ex nadadoras del telón de acero, abuelos con gorra, maestras de guardería, fabricantes de pulseras de cuero y bicicletas de alambre, mujeres con sombrero raro como si fueran a un Ascot contestatario, gente con pinta de escalador... Y muchos dobles: de Bob Dylan, de Valle-Inclán, de Albert Boadella, de Sidnead O’Connor, de Rigoberta Menchú. Todos haciendo número y color, desenvolviendo pancartas y coreando las primeras consignas, mientras el coche que irá en cabeza deja sonar por la megafonía música cubana, castizamente revolucionaria, melosa de pobreza caribeña.

Envueltos en rojo, alados de banderas, saludables de adolescencia y descontento, unos  chicos de las Juventudes Comunistas venidos de Córdoba y Granada exponen sus reivindicaciones: “Queremos la desmilitarización de las bases españolas”, dice con determinación una chica con pañuelo, que asegura que están “conectados con la Antiglobalización” y que pretenden hacer ver “que otro mundo es posible”. “Tenemos previsto ir a la Cumbre de Sevilla a través del Foro”, afirma, y enseña a unos colegas italianos que se han traído como muestra de su internacionalismo antiglobalizador, colegas a los que los eslóganes les quedan como una ópera sediciosa. “No somos radicales –se defiende esta joven comunista—. Lo radical es el rearme que están haciendo los americanos, no lo que pedimos nosotros”.

La manifestación se pone en marcha siguiendo la música cubana del coche y las tres banderas de cabeza: la republicana, la andaluza y la palestina, y se mueve por las calles de El Puerto empujadas por las consignas ya ensayadas: “OTAN no, bases fuera”, “fuera los yankees de todos los lugares”, “se va a liar con la huelga general”, “la ley de extranjería, para la Reina Sofía”, “dile a tu vecina que piense en Palestina” (o su variante, “dile a tu vecina que piense en Argentina”), “Rota y Morón, demolición”.

Ahmed, un “músico bereber” según lo presenta un compañero, es del norte de Marruecos y ha venido expresamente de Madrid para la Marcha. Educado, con una boina muy de músico, se muestra contundente al afirmar en un correctísimo español que “no deben existir las bases”: “La OTAN es algo que hay que quitar de en medio, las bases son el símbolo del control sobre el Mediterráneo”. Ahmed cree necesario este tipo de manifestaciones “para que nuestra voz se oiga”. “Hay muchas cosas que no funcionan en este puto mundo –dice--, hace falta una alternativa al capitalismo salvaje, al G-8”. Por eso tiene previsto asistir a la anticumbre de Sevilla, con un colectivo de inmigrantes.

“Viva el Rocío”, grita con ironía y mucha guasa una chica detrás de una pancarta. Pertenece al colectivo Casa de la Paz de Sevilla, también dentro del movimiento antiglobalizador. “Estamos por la desmilitarización de la sociedad y por el fomento de una educación para la paz; los gobiernos sólo están potenciando las injusticias”, explica. Antonio, un chaval sevillano de 15 años, sostiene con orgullo una bandera republicana. Se considera “progresista” y cree que “es posible otro mundo donde nadie esté por encima de nadie”. También se muestra de acuerdo con el movimiento antiglobalización, aunque “hay que aislar a los violentos, porque son los que dejan mal al movimiento”. Pero entre el millar escaso de manifestantes no hay sólo jóvenes. Enriqueta camina con buen paso por la manifestación, con el pelo completamente blanco y un luto como azul. Tiene 82 años y se declara católica: “Están haciendo lo que Cristo predicó, están con los pobres, con los trabajadores, con la paz en el mundo, y yo estoy de acuerdo con la paz, lo que no me gustan ya son los disgustos y las peleas”, dice, lúcida y firme.

La manifestación va espaciada en corrillos y facciones, soportando el calor, y la gente se quita la camiseta o se hace con ella un turbante muy ideológico. Son casi 5 kilómetros desde El Puerto hasta el control de la Base de Rota, flanqueados de verdes, urbanizaciones, restaurantes. Con la manifestación,  se cruza una playista con bikini y perro, y también un avión que ha despegado de la base, gris y pesado como un símbolo. Se llega al tablado que se ha preparado para leer el manifiesto y atronan los eslóganes: “Yankees, no corráis, venimos desarmados”. Suena el Imagine de Lennon en árabe y la gente va a mear a los árboles o busca la sombra de una parada de autobús. A unos cien metros, una fila de policías en la carretera impide el paso a la base. Suena más música, Silvio Rodríguez, Carlos Cano, mientras se pide que suban Juanjo Téllez y Benito Zambrano para leer el manifiesto y Antonio Romero se come un bocata. Hace un sol imperial, un calor de bombardero, y la retórica del antiamericanismo suena desértica y sedienta en la voz algo guasona de Zambrano: Paz, desarme, justicia, contra la guerra y la globalización capitalista, contra la sumisión del gobierno, por otro mundo posible... Pero la Base está ahí, alta y poderosa, a la sombra sorda de la política y el dinero. Entra una delegación de notables a entregar el manifiesto al suboficial del puesto. Papel para nada, dolor de pies para todos, cocacola en los autobuses de vuelta. El mundo no se cambia fácilmente en un picnic.


Una Marcha sin incidentes

No hubo incidentes en la XVII Marcha a Rota, festiva, calurosa y colorista. A poco más de cien metros de donde Benito Zambrano leía el manifiesto, la policía acolchada y poderosa, quieta como un alfil y con alguna visera del casco bajada, hacía una fila en la carretera para impedir el paso. Sólo unos pocos manifestantes se acercaron para encararla con banderas y eslóganes, una juventud momentáneamente aguerrida que terminaba haciéndose fotos de recuerdo delante de ellos, como si fueran una pirámide del Imperio. Sólo hubo algunos estribillos coreados como provocación: “Vosotros, fascistas, sois los terroristas”, “detrás de cada casco, hay un Forrest Gump” (muy celebrado con risas), “uh, uh, que viene Bin Laden” o “el hijo del madero, a la Universidad, para que no salga como su papá”. “O entramos o nos vamos, pero esto me parece ridículo”, decía una chica que pretendía algo más de jaleo. Alguien pedía la dimisión de los organizadores de la Marcha: “Tenían que estar aquí, delante de la policía”. Un intento de sentada de algunas jóvenes cuando se empezaba a permitir el paso de los automóviles terminó por propia iniciativa cuando dentro del primer coche unos pequeños muy asustados comenzaron a llorar. La policía despejó suavemente el carril de la carretera y la gente se fue marchando entre aburrida y decepcionada. En los autobuses de vuelta, algunos comentaban que “no se había echado cojones”.


 

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