Luis Miguel Fuentes

14/10/01

REPORTAJE

Marinaleda: El espejismo de una utopía

Los vecinos de Marinaleda celebran el 25 aniversario del Sindicato de Obreros del Campo divididos entre críticos e incondicionales del comunismo asambleario


LUIS MIGUEL FUENTES

SEVILLA .- David, Javier y Francisco enseñan unas manos muy trabajadas, quemadas como por un granizo de tierra, abiertas de todas las astillas del tajo. “Este es el mejor carné de identidad”, dicen orgullosos. Sobre ellos, la cara de cristo muerto y vengador del Che Guevara hace de esfera de un reloj. Es la sede del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) de Marinaleda, donde hay una hermandad macho, una camaradería viril de cuadrilla y un hambre seca de tabaco y cerveza. Fuera, sobre el albero de una plaza como un solar, se levantan triángulos de hierro, alambres levadizos que serán el andamio del escenario de los actos del sábado. El 25º aniversario del SOC viene con carteles con puños, con toda una numerosidad de hoces, sombreros de palma y siluetas de cavadores, una apoteosis levemente soviética del campo con sus hombres y mujeres como un ejército agraviado y unánime. 25 años de SOC con el lema “Andalucía, compromiso y cultura”, y una fiesta que trae el cante de El Cabrero y Pepe Suero, el folclore topiquista de la Carmen de Távora y el rock libertario y greñudo de Ska-P. Y los mesías del SOC, Sánchez Gordillo, Diego Cañamero, que cantarán a buen seguro todas las bienaventuranzas del pueblo rebelado y famélico que ellos comandan.

Marinaleda, El Coronil, esos dos koljós en Andalucía, esos experimentos de un colectivismo primigenio de contar y repartir las hogazas de pan. Pueblos como comunas al sol rojo del SOC, poder contestatario que se ganó ocupando fincas de terratenientes y cortando carreteras. Juan Manuel Sánchez Gordillo y Diego Cañamero, presentados bajo las siglas de IU-LV-CA, dominan en los ayuntamientos de Marinaleda y El Coronil con una mayoría eterna que ha hecho de estos pueblos islas separadas donde gobierna un protocomunismo asambleario sobre el que flota la sospecha que tienen siempre la uniformidad. Es ese peligro que tiene la democracia cuando crea una ortodoxia con guardianes y donde las minorías son ignoradas en favor de un “pensamiento mayoritario” que termina por convertirse en “pensamiento único” anulando todo lo demás, incluso el derecho a disentir. A muchos que hablan tanto de democracia se les olvida con demasiada facilidad que también existe la dictadura de las mayorías.

Marinaleda, 2600 habitantes, corazón del SOC entre colinas leves y retoños de olivos. Entrar en Marinaleda, detrás de tractores que enlentecen las calles como bueyes, es entrar en otro mundo, pues en seguida se tiene la impresión de que el pueblo es un solo corazón y un solo puño, cosa que sabemos que nunca es verdad. Estética uniformante, paredes consagradas a la propaganda de una izquierda “auténtica” y amotinadora, una calle con el nombre de Ernesto Che Guevara, todo el pueblo girado a la misma idea y a la misma bandera, unificado o servil ante el orgullo de una revolución que lo preside y lo justifica todo. Marinaleda como una pequeña Cuba. En la entrada del pueblo, un cartel viejo por edad y mensaje: “500 años de opresión, 500 años de resistencia: Marinaleda contra el V Centenario”. “Marinaleda en contra...”, o sea, esa falacia de poner una opinión como emanada de la propia esencia de la Patria, que no es más que la ortodoxia creada por sus líderes.

Avenida de la libertad
Por la travesía que tiene el grandilocuente nombre de Avenida de la Libertad, un mural pinta a un pueblo desarmado y en fila enfrentándose, bajo la única protección de una bandera andaluza, a unas gigantescas siluetas armadas y otra que parece sentada en un sillón o trono. Iconografía para representar ese enemigo vago que es el Poder, y oponerlo claramente a la verdad indiscutible, la propia, que es presentada como víctima. “Marinaleda, una utopía hacia la paz”, es el logotipo que preside la villa. De nuevo, el intento de establecer una equivalencia entre una ideología (pacifismo) y la totalidad el pueblo. De nuevo, la unanimidad.

¿Pero hasta qué punto se ha hecho realidad aquello de “tierra y utopía” en Marinaleda? El alcalde, el singular Sánchez Gordillo, recibe a familias, prescinde de protocolos, aparece detrás de un mostrador del Ayuntamiento como si fuera un electricista. Va vestido con camisa a cuadros, vaqueros y zapatillas de deporte. Tiene las muñecas llenas de pulseras de cuero y el móvil le suena con el himno de Andalucía. Comenta que el día 12 de octubre, día de la Hispanidad, el Ayuntamiento permanecerá abierto porque allí “no se ha celebrado nunca eso”. Sánchez Gordillo habla por debajo de sus barbas de monje del proletariado y explica efusivamente sus logros: “Marinaleda es un sueño colectivo, después de más de veinte años de lucha activa pacífica, tenemos tierra y empleo. Antes, se trabajaba un mes al año, y ahora hay casi pleno empleo, incluso viene a trabajar gente de fuera, de Osuna, Écija, El Rubio, y ya no hay emigración”.

Cuenta que aquellas fincas ocupadas, tras pasar a la Junta, son ahora “del pueblo”. “Hay ocho cooperativas —continúa—, y una de segundo grado, donde se transforman las materias primas. Hemos conseguido tener no sólo las tierras, sino el valor añadido de una industria agroalimentaria, que ha multiplicado el empleo por dos. Damos más de 300 millones de pesetas en jornales al año”. En una nave cercana, donde trabajan unas cien personas, se preparan y envasan pimientos y alcachofas como una ceremonia muy aprendida. También hay un molino de aceite y, según cuenta el alcalde, existe un proyecto para construir una fábrica de aceitunas de mesa. Todo es “del pueblo”, lo que quiere decir, en realidad, que está bajo el control del Ayuntamiento.

Destaca también Sánchez Gordillo las mejoras sociales, sobre todo la vivienda: “Se ha municipalizado el suelo, y a todo el que necesita una vivienda se le da el suelo, se le pone un albañil, y él mismo se construye la casa. Los materiales los paga luego a 2500 pesetas al mes”. 

Voz y voto
El alcalde de Marinaleda se muestra muy satisfecho con el nivel de democracia de la villa: “Todo se hace por asambleas, donde todo el mundo tiene voz y voto. No es como en otros ayuntamientos, donde sólo votan los concejales. Hasta los cargos son elegibles y destituibles en asamblea”. Pero las asambleas son a mano alzada, trampa muy vieja para manejar a las masas, y donde lo que se pretende es más hacerle un coro a los dirigentes que respetar realmente la libre voluntad de las personas. Es éste un detalle importante en un lugar donde el Ayuntamiento reparte el trabajo y controla todas las articulaciones del pueblo. “Cuando hay puestos de trabajo, se coge una lista de los que están en ese momento parados y se hace un sorteo entre ellos. Más justicia, imposible”, cuenta Sánchez Gordillo.

Pero en la calle, donde no hay nadie mirando quién levanta o no la mano, se notan quejas y recelos: “Si estás con él, te explota, y si no, te condena”, comenta un hombre sobre el alcalde. “Para estar con él tienes que trabajarle gratis”, insisten. “No va a votarlo la gente, si los tiene comprados”, opina otro. “Los tiene como borriquitos, embrujaítos”, apostilla alguien con mueca de resignación. 

Alguien que dice haber estado muchos años en el SOC se aparta para hablar sin que le escuchen, bastante temeroso. Asegura que “es cierto que todo el que quiere trabajar trabaja, pero dando 20 días gratis”. Ahora se comprende lo de la “explotación” que mencionaba antes otro vecino. 

Para Sánchez Gordillo, el SOC ha “devuelto la dignidad al campo andaluz” y, sobre todo, ha conseguido, allí donde gobierna, tierra y trabajo. Pero las sospechas de arbitrariedad y de ser una casi dictadura disfrazada de “voluntad popular” son más que fundadas. Un Ayuntamiento omnipotente, la imposición de una mentalidad homogeneizante y sin contestación posible, un pueblo que se siente, al menos en parte, temeroso y domado, la explotación capitalista que puede sustituirse por otra explotación en nombre de una “colectividad” demasiado etérea. Marinaleda quería ser una utopía y quizá se ha quedado sólo en espejismo y eslogan. Seguramente porque las utopías son imposibles y hasta el más bello de los sueños de igualdad termina tropezándose con aquella maldad que escribió Orwell: unos son siempre más iguales que otros.


Sánchez Gordillo, ¿mesías o Bin Laden?

Todos los vecinos de Marinaleda no opinan lo mismo sobre su alcalde, Juan Manuel Sánchez Gordillo. Un señor mayor, con repentina osadía, afirma que Sánchez Gordillo es “como Bin Laden”. Otros, sin embargo, sí están de acuerdo con su particular forma de llevar el municipio: “Aquí, todos trabajan, y la vivienda sale casi gratis”, dice un chaval. “Todo se hace en asamblea, y hasta los manijeros los eligen los trabajadores”, comentan en la sede del SOC. Una chica reconoce que Sánchez Gordillo ha hecho “cosas positivas por el pueblo”, aunque luego matiza que “si no eres de su idea, vas mal, y si no vas a la lucha [nombre reglamentario para las manifestaciones y las protestas], te señalas”. “No es tolerante”, concluye.

 “Ha hecho cooperativas, pero los cooperativistas no reciben beneficios, ¿quién se queda con ese dinero?”, opina otro. Insiste en esa sospecha: “Si todo en el pueblo sale casi de balde, ¿dónde se va todo el dinero que da la Junta?”. Dice que “en el SOC sólo se hace lo que quieren Sánchez Gordillo y Cañamero” y que “existe un sector crítico, gente a quien incluso han intentado echar, pero que saben mucho y por eso no han podido”.


 

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