El Cínico

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15/08/99

El circo del eclipse

"Contra la estupidez, los propios dioses luchan en vano."

Friedrich von Schiller, La doncella de Orleans

 

La sombra de la luna barrió el planeta, caprichosa y furtiva, como si fuera el barrigón de Gil por Ceuta, y nos dejó sin fin del mundo. El inmenso ojo negro miraba como cabreado desde el cielo, echando chiribitas, pero nada aquí abajo tembló ni se deshizo. La Tierra pasó de los augurios de los cantamañanas y siguió, desdeñosa y flamenca, su rutina cósmica, después de lo que fue solamente uno más de esos guiños coquetones que le hace el sol de vez en cuando, como un pretendiente un poco pelmazo.

La Tierra es demasiado vieja y tiene demasiadas cicatrices para que le impresionen ahora unos juegos pueriles de escondidillas y pirotecnias celestes, pero a los seres humanos, que somos una especie joven y boba, todavía nos da miedo dormir con la luz apagada: enseguida imaginamos que el Coco está debajo de la cama o que se nos cuelan monstruos por las rendijas de las persianas. Ante eso, de poco sirven la racionalidad y la ciencia, que son cosas feas y sin alma: nosotros, como cuando chicos, lo que queremos es meternos entre las sábanas de los papás y que nos acurruquen y nos canten una nana tonta, y para eso tenemos a los dioses y a sus magos, que son, aún, las mantas calentitas y el sosiego de esta humanidad llorica y quebradiza que se abraza todavía a ositos de peluche para no temblar ante el miedo más funesto, que es el miedo a nada, el miedo al miedo.

Hay una fauna destartalada de videntes, electroduendes y despabilados que se nutre de los terrores nocturnos de la humanidad, y que brotó, como los hongos, a la sombra de este eclipse del milenio, título televisivo y necio que le buscaron a este icono del revoltillo milenarista. De un extremo a otro del planeta, fue el circo de esta gente, y no el eclipse (visto uno, vistos todos), lo que nos tuvo distraídos.

Todo porque, hace unos cinco siglos, a Nostradamus, profeta disfrazado de sí mismo, le dio por escribir unas cuartetas, seguramente aburrido en medio de un holgado estreñimiento (el estreñimiento es cosa que abre mucho la imaginación) o después de alguna pesadilla de esas que inspiran las judías con chorizo, y todavía hoy algunos pamplinas andan dándole vueltas a las rimas y a los batiburrillos de fechas y metáforas brumosas sobre catástrofes. Qué empeño en que las profecías sean tan oscuras, con lo fácil que sería poner, cuando se ve tan despejado el futuro, algo como: "11 de agosto, 1999: Boris Yeltsin, en medio de una tajá descomunal, confunde el botón de llamar al camarero con el de guerra nuclear y se va todo a tomar por culo". Pero es que los profetas son así de peliculeros, la oscuridad es su ortodoxia y su abrigo. Dicen los que comen de eso que Nostradamus ha adivinado mucho, con oficio y tino, pero se les olvida que en este mundo nuestro hay cada día catástrofes de sobra para satisfacer los delirios del colgado más retorcido.

Una proyección remozada de Nostradamus, con túnica incluida, quiso ser Paco Rabanne, ese aprendiz de brujo del prêt-à-porter y de los enjuagues que fue torpe, porque se olvidó de la ortodoxia (que es la oscuridad, lo decíamos antes) y soltó una profecía con planos y croquis, como si fuera un chalecito en la costa. El fiasco del "Pacoalipsis" le va a costar el recochineo del personal durante mucho tiempo. Pero Paco Rabanne, que iba de genio iluminado y como de artistilla excéntrico con musas del brazo, casi se lo merece. Otros van de pobres necios y dan más pena, como los de la secta Energía Universal y Humana, que ahora, para disimular, van a tener que convertir en boleras o en granjas de pollos los refugios que habían construido para protegerse del diluvio universal (lo que habrán gastado en tela asfáltica).

En el mundo, en fin, el circo del eclipse, coreado con alegría y desatino por los medios de comunicación, fue colorista y absurdo. En Cornualles, los druidas, como los de Asterix pero sin gracia ni poción mágica, hacían morisquetas a los dólmenes y a los monolitos; en México, a la gente se le tuvo que advertir muy seriamente que el sol saldría como siempre; los musulmanes, en plan muy cheroqui, rezaban su oración del eclipse (que a mí se me figura que es como tener una oración para la tortilla de patatas) mientras los imanes y sus barbas advertían del pecado que suponía elevar los ojos al cielo; los judíos, con la mirada apergaminada y bíblica entre esos tirabuzones que les cuelgan del sombrero, pronosticaban la llegada de grandes catástrofes... Y, entre todos ellos, mucha pobre gente, ignorante o crédula, se asustaba de verdad. Menos mal que la sana mayoría se lo tomó a guasa:

— Yo he dejado el café fiado, y así me quedo sin pagar —comentaba aquella mañana un paisano.

Más eterna que los ciclos eternos del Universo parece la estupidez humana. Ojalá una sombra o algo la eclipse de una vez por todas. Demasiado pedir me parece, incluso para este nuevo milenio advenedizo, animoso y bacilón.

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