El Cínico

 [artículos] [e-mail] [enlaces]


12/09/99

Gadafi, Timor y el coche fantástico.

La descolonización dejó medio mundo lleno de reyezuelos caníbales y de bárbaros con gorra de plato que metían astillas debajo de las uñas. Fue el desenlace de esa lujuria histórica que hizo a los europeos entrar a saco en mundos ajenos para someterlos, terraformarlos, sorberles los jugos y de paso inocularles, con la salivilla occidental, la ponzoña de los vicios de nuestra civilización.

En África, verbigracia, vivían muy felices en su mundo tribal, fiero y recién parido por los dioses, almas libres que tremolaban en el desierto con sus takubas o que hacían retumbar la sabana con danzas de labios atravesados y tetas caídas. No necesitaban ni nuestros sistemas ni nuestras miserias. Ahora conducen camiones mohosos y escuchan radiocasetes como raperos del Bronx. Viven en un África que a veces parece sólo un occidente copiado, pobre y sangrante, lleno de costurones, tijeretazos y odios rituales, quizá porque hicieron el patrón unos nativos que se habían puesto traje blanco de lino y habían aprendido lo que eran el papel moneda y las cuentas bancarias sin dejar de desayunarse exploradores.

Cuando el colonialismo dejó África, lo que llegó no fue la libertad recuperada del imohag vagando por el desierto, sino el desenfreno glotón de pelearse por las sobras, merienda de negros del nuevo mundo, blanco y ajeno, en que había quedado convertido el continente. Y es que el brutal estupro del colonialismo siempre deja un manchón reseco en las tierras y en las almas que no se va, igual que el del vestido de la "Lengüisky".

Se han cumplido treinta años desde que Gadafi se levantara contra Idris I, uno de esos reyezuelos puestos del postcolonialismo, para traer una revolución que bramaba contra occidente, una revolución con venganza histórica, como la de las feministas. Gadafi fue el demonio mucho tiempo, con duelos al sol con los sheriffs americanos, pero ahora se le han apaciguado las soflamas y tiene incluso su puntito bonachón. Es el acomodo complaciente que trae el dinero, ahora que, a base de crudo, Gadafi a puesto a Libia con la renta per cápita más alta de África. Por eso a Gadafi lo quiere su gente como si fuera el padrecito aquel que hizo Cantinflas pero con más cara de cartón, un padrecito que quiere unir África sobre el osario de las carnicerías del Congo y la paz anaranjada de las dunas.

Gadafi odia a occidente pero se está convirtiendo en occidente, que es en realidad lo que hacen todos. Antes, los soberanos africanos sorprendían a los visitantes con hormigas estofadas o sesos de mono, que es lo suyo, lo exótico y lo aborigen. Pero Gadafi, que ve por la parabólica los salones internacionales del automóvil y la turbopelambrera de sobaco y pecho de Michael Knight, lo que nos ha mostrado en esta festividad de su advenimiento como Mesías ha sido la versión islámica/revolucionaria del coche fantástico, un vehículo-cohete afilado, autóctono y absurdo.

Gadafi ha dejado a su mehari en un oasis preñando camellas, en plan asueto desértico, y ha traicionado sus principios para convertirse, a la vejez, en James Bond con turbante o en ligón de descapotable con morbo de pasión turca o así. A golpe de airbag, ha pasado de personaje apocalíptico y malo malísimo mundial a casi una figura cómica, a tirano repentinamente benigno y achacoso que juega a los 'micromachines' en una chochez de grandeza gloriosa y sopitas de pollo, como un abuelo de la Batalla del Ebro.

Seguramente, todo esto ha sido una maniobra de algún topo de la CIA con bigotón postizo, para jubilarnos a Gadafi de malo, que ya no vende, que ya se le cae la dentadura postiza. Y es que el contubernio americano, la Agencia y los de "Kentucky Fried Chiken", son los que nos ponen y nos quitan los malos, igual que otras veces nos los aliñan para que nos los traguemos con la papilla, y esos son "sus" hijos de puta, que dijo Roosevelt. Como el asesino Suharto, que consintieron y alimentaron en Indonesia y cuya herencia antropófaga va todavía de espectro pegando machetazos por Timor Oriental. Allí, donde la CIA todavía no ha decidido que se cambie la brutalidad por la aerodinámica, la pobre gente, para escapar de la escabechina consentida por la pasota o criminal "comunidad internacional", ni siquiera puede acercarse el reloj a la boca y decir, como Gadafi: "KITT, te necesito".

[artículos] [e-mail] [enlaces]