El Cínico

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19/09/99

Condena y omisión.

De vez en cuando, conviene desenterrar a ciertos muertos para asegurarse de que siguen muertos y no los ha despabilado algún científico loco a base de electroshocks o de nostalgia. Pero los muertos apestan, y siempre hay alguna naricilla delicada que se pone la pinza levantando el meñique, igual que hace Pinochet cuando se va a tomar el té y a rezar rosarios ecuménicos con la Thatcher, rosarios de cuentas hechas con metatarsos de rojazos. El pasado enterrado alimenta sus fantasmas y los hace fuertes. Recordarlos, solearles las sábanas, sirve para que pierdan el lustre acojonante que les da a los espectros el tiempo de las catacumbas. Por eso hay que recordar la Historia, para que no venza el desaliño de la desidia y el olvido, para que no se repitan sus errores.

El Congreso ha condenado, con la manifiesta abstención del PP, el "golpe fascista" de 1936. El PP se abstuvo, dicen, por "problemas de forma". El continente y el contenido, lo de siempre. Habrá sido, seguro, una pugna entre hechuras y adjetivos gongorinos o quevedescos, o un retruécano que veían cargante, o alguna frase con un deje de cacofonía desbarrada: "Franco, blanco, tranco...". No les habrá gustado tampoco que se dijera "golpe fascista" (término "farragoso", escribía un diario), que suena a arenga de mitin de Carrillo, a puños levantados y a horda obrera en alpargatas, a 'sans-culottes' con las hoces afiladas. Y eso de recordar ahora a Queipo de Llano y a Mola y hasta a Lerroux, nombres como de calles del monopoli... Que no, que no queda fino. Y la Guerra Civil y las dos Españas, qué cosa tan pasada, hombre, como la moda afro o el destape, huy qué horterada; es que no pega con esa modernidad de sinfonía contable que les suena en sus maletines. El asunto va, pues, de estética literaria, de estilo y de imagen bien puesta.

Es cierto que las condenas suelen ser más ornamentos de buena voluntad y juegos florales que otra cosa. Por condenar, se puede condenar lo que uno quiera. Condenar la masacre de la colonización española en América o la Inquisición estuvo bastante tiempo de moda, no costaba trabajo y vestía con cierta modernidad de progresismo. ¿Pero sirve de algo? Sí y no. No se reparan la sangre de los indios ni los tendones de los herejes, pero se recuerda, se reflexiona, se aprende: se expone la voluntad de que no vuelvan a suceder.

Por mucho que el PP quiera poner el mohín de la pureza historicista y de un dejen ahí a Gerald Brenan que sabe más que Sánchez Dragó el tío, lo importante de la condena era dejar clara la repulsa a los espadones que se levantan para imponer el rasero de su ley divina, esa costumbre fea y cuartelera que tienen los militares de sacarse la Patria del calzón y ponerla encima de la mesa con mucho fragor de correajes y escupitajos. Fue por eso, detalles aparte, que tuvimos una guerra y quedó la cosa con Franco y su fascismo de montañeros de Santa María y gorditos pusilánimes que iban de machos y de Isabel la Católica, como él. Eso era lo fundamental. No suscribir la condena con la copla de si fue o no el golpe lo que provocó la guerra, o si Mola o Queipo de Llano querían papa o huevo, es una tontería.

Si el PP se ha abstenido en este manifiesto, simbólico pero cabal, no parece que haya sido por forma, sino más bien por un fondo bastante espesillo. El PP se ha abstenido por pura coherencia con sus bases, sus glorias y su tradición de requeté. Ahí tienen a Fraga, que sigue siendo presidente de honor, con su pasado fondón de franquista en bermudas XXL, y al que, a juzgar por lo que cuenta Verstrynge en su famoso libro, le van todavía un montón las cosas por cojones. O todas esas señoras con pieles, bisutería enroscada en la papada y peinado a lo Tocino que salen en las "encuestas" de la tele diciendo que "con Franco no pasaban estas cosas", que son del PP porque la caterva de Blas Piñar no se come una rosca.

El PP, al que votan mucho los militares, las viudas de los notarios y todos los mártires muertos de la Patria en procesión, es aún hijo o nieto de ese franquismo de internos en el Opus, ejército salvador y rojos con cuernos, y no lo pueden negar. Son unos colmillos que no se ven en sus contadurías, pero que relumbran a veces cuando bostezan o, como ahora, cuando les tocan el retrato del abuelo con sable. O las estampitas de Escrivá de Balaguer.

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