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EL CINICO


Jubileo

El Jubileo, con sus agencias de viajes, sus camisetas y sus pines, viene a ser el mismo roneo del 2000 pero en espiritual y en orante, visto desde detrás de un torno o a la luz de un santo con mariposa. La Iglesia Católica siempre ha sabido vestir muy bien sus oficios y sus cosas de fiesta pagana, con la guardarropía que le gusta al pueblo, prendas sueltas y ligeras para las romerías y las excursiones en autobús, para el movimiento alegre de las masas. Wojtyla, ese hombrecillo reaccionario, infalible y torcido, habla del Jubileo y parece talmente un Curro piadoso que nos vende ofertas para un Paraíso con palmeras y nos fomenta el mercadeo de exvotos, muletas y trenzas como suvenires para ponerlos encima de la televisión o en el mueble bar, al lado de la gitana.

Hemos llegado al 2000, año galáctico que de pequeños creíamos que nos traería ciudades llenas de coches voladores y cabinas teletransportadoras, y ahí están algunos todavía en el torreón del medievo, en el románico angosto de las bulas y las indulgencias. A Einstein nos lo han nombrado "persona del siglo" por su teoría de la relatividad, y no hace falta saber física para ver la verdad de la relatividad en ese tiempo pastoso en el que vive por ejemplo la Iglesia, tiempo enlentecido, recalcitrante y viradizo donde rigen la letra redondilla y el moho de los pergaminos. Al Decreto de Indulgencias para el Jubileo del 2000, anexo a la bula papal, todavía se le pueden poner al lado las noventa y cinco tesis de Lutero sin que desentone ni parezca que han pasado los siglos. Aquel 1517 no dista de este complaciente 2000 más que en nuestra ilusión rijosa de tecnología y de globalización. En la cosa espiritual y creyente, ahí están todavía con la compraventa de almas y pecados, con el perifollo ojival de las arengas cesaropapistas, con el pestazo a incienso y los latinajos, todo ese platal de liturgias, moñas y teología financiera que llevó a Lutero a fabricar un cristianismo ácrata y prometedor, que estropeó luego Calvino.

La Iglesia Católica sigue empeñándose en perdonarnos los pecados, hasta a los que no queremos. El perdón de los pecados, administrado como desde una divina asesoría jurídica y fiscal por la Iglesia Católica, no deja de ser un hábil cambalacheo con la culpa del ser humano, eso que nos atormenta tanto. La Iglesia nos dispone la melaza del pecado de tal manera que nadie puede dejar de pecar, nos llena de culpas por ello y luego se permite perdonarnos e incluso otorgarnos la indulgencia plena por un viajecito a una catedral o una donación o un día sin fumar (sic). Se crea el mal y se crea el remedio, y por el camino se escurre esa ganancia canalla de los comisionistas y los matuteros.

Muchos irán, pues, a ganarse el Jubileo como en un concurso de los de Ramón García. Aznar ya lo ha ganado, que ha estado en Tierra Santa con Arafat, ese hombre temblón que entró un día en la Asamblea de la ONU con una rama de olivo en una mano y un fusil en la otra y que parece que se quedó con la ramita después de tirar sin ganas el fusil, todo manoseado y pringoso de balas. No estuvo muy atinado el Presidente al hablar de los que van al lado de los terroristas teniendo a la vista la pañoleta a cuadros de Arafat, tremolante y definitiva como la banderola de un gran premio de Fórmula 1. Pequeña culpa que se le irá con la indulgencia, igual que el pecado de torpeza de no haber adelantado las elecciones. Otro que veo con cara de Jubileo es Arzalluz, que le pega mucho por su nacionalismo albo, cristiano y detergente, y que debe estar ansioso por librarse de sus pecados de soberbia y connivencia con los asesinos. Almunia pasará de Jubileo porque en un socialista queda feo (aunque algunos de sus alcaldes vayan con el pecho combado por el medallón de la Hermandad del Rocío) y porque él se cree que ya expió todas sus culpas desmarcándose de los de Guadalajara ante la mala cara de Felipe, ese dios suyo que no se rige por moral humana. Sólo Anguita, única alma pura de la política, que tiene el corazón partío por el desengaño de tanta basura, queda lejos de estas mezquindades, por ateo y por honrado.

Pues nada, todos a disfrutar con el bulo de la bula y con los cánticos espirituales de las beatonas, las señoras enjoyonadas del Opus y los niños pijos que se buscan el Cielo por enchufe de los conocidos de papá. Qué bonito el Jubileo y sus indulgencias. Qué bonito y qué práctico eso de componerse las tripas del alma y baldear la conciencia sin más que ir a una agencia de viajes o soltar un cheque. Es verdad, me equivoqué al principio de esta columna. Esto de las indulgencias es un adelanto. Lo tendrán que incluir en la página web del Vaticano. Con un servidor seguro, claro, para que se pueda usar la tarjeta de crédito. Y para que se pueda beneficiar Pinochet, un poner.

 

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