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EL CINICO


Fútbol y desintegración

Maradona, ese Barriguitas Pelusa, se disuelve en la alegría postiza de la coca como un azucarillo gordezuelo y mal afeitado. La Mano de Dios se mete por lo visto unos rayones como las bandas de esos campos por los que ha corrido tanto y anda en un colocón perpetuo y yeltsiniano entre el sofá y las ucis. Es el espejo transoceánico de esa desintegración de fama y dinero negro que trae el fútbol. A este lado también tenemos una desintegración, fruto del vicio y los cabarés deportivos, la del Atlético de Madrid, al que no le falta tampoco su Pelusa particular, Kiko, ese jerezano pelucón, chuleta y malhablado para defender el sano libertinaje de su mundo y de su presidente/padrino.

El fútbol, que es una religión para currantes, jugadores de mus y bebedores de litronas, crea sus dogmas, sus misterios y sus santidades, y va enhebrando una teología circular y ad hoc para negar la realidad y consolar a los desamparados, que es lo que hacen todas las religiones. El fútbol tiene sus santos mártires que mueren de penaltis mal pitados, de fueras de juego y de sanciones de cierre; algunos mueren hasta de tristeza, como ese Anelka que tenía el pie y la mirada perdidos en la nostalgia verde de sus campiñas francesas y que parece que por fin despierta. El fútbol pare sus dioses a bocinazos, y le nacen un Gil/Dagón, un Lopera/Macarena o un Maradona/Baco, a los que los devotos rezan, ponen velas, dedican novenas y cánticos y coronan de halos, carne bendecida por la lengua de fuego de las masas. Por eso, una vez que se disponen las hornacinas y los altares, se hace tan difícil coger al santo y ponerle las esposas o decirle las verdades o mirarle los palominos de los calzoncillos. Esto es lo que le ha pasado a Maradona, y, de otra manera, a Gil.

Se reúnen los jugadores del Atlético de Madrid y con su prosa de primera cartilla piden la libertad para su presidente. Parecen unos talibán enredados en turbantes Nike protestando por un sacrilegio infame, el de pretender igualar el Olimpo futbolero a la vulgaridad de las obligaciones y las leyes, que es cosa para simples mortales. Algunos ya llaman al yihad y piden cabezas, amenazan a Rubí y a García-Castellón como si fueran Salman Rushdie. Lo dicen unas escalofriantes pintadas que hablan de acuchillamientos con una letra escolar y pandillera. Así están, con el cuchillo en la boca para defender a sus dioses, a sus mártires y a sus profetas, como hacen todos los fanatismos por tradición o por inoperancia de sus sinapsis neuronales.

Todo esto pasa por antropología elemental. A pesar de que Gil/Dagón ha utilizado el club únicamente para su beneficio, engañando a los socios y rateando millones (ahí están los papeles y las cajas B), es la materia divina que le reluce por entre los pliegues de la papada lo que ven los pobres descerebrados de sus hinchas, rocieros de bufandas y fondo sur, trasuntos de ese Torrente que hizo Santiago Segura, facha y gorrino. Pero los crímenes y los estupros de los dioses siempre nos han parecido simpáticos y humanizantes. El rapto de Europa por Zeus nos provoca sonrisa y fantasías de machote. La tunda de Jesús a los mercaderes del Templo nos parece un acto justiciero, para aplaudir en el cine con las palomitas cayendo de la boca, como una buena pelea de taberna en una película de Steven Segal. A los dioses se les permite una brecha de humanidad por la que les suele salir la violencia, la lascivia o el latrocinio. Los fieles, perdidos en ese delirio de paraísos y vida ultraterrena y títulos y domingos por venir, lo consienten. El fútbol es así, tendría que decir ahora uno de esos capitanes embrutecidos que salen entre el ramaje de los micrófonos para decir sus simplezas de todos los días.

El fútbol, eso que definió una vez Luis Racionero como "geometría en movimiento", eso que a veces es tan plástico, se desintegra en sus propias babas ante el jolgorio de la plebe, por esas raíces que se esconden en los intestinos de las mentes más simples y de los bolsillos más abultados. Los jugadores del Atlético de Madrid, las peñas del Athletic de Bilbao, están ahora pidiendo que se les quiten las coronas de espinas a sus Mesías que son falsos profetas, uno del mangoneo y otro de la dinamita, y lo firman con amenazas en pintadas torcidas y con faltas de ortografía. Decadencia imparable y vertiginosa. Merecen la desintegración. La nada siempre es una especie de consuelo o de descanso.

 

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