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EL CINICO


El verdugo

A Berlanga y Pepe Isbert les salió en "El verdugo" una auténtica obra maestra. Sólo Pepe Isbert podía hacer de ese ejercicio macabro una profesión digna y hasta tierna, hereditaria y tradicional, como de turronero o así. El verdugo de Pepe Isbert era una cosa de pobre hombre, funcionarial, abnegada, mano dócil que le hacía el trabajo sucio a la sociedad, que es la asesina, que es la que gusta de quitarse los problemas rasurando a cuchilla o a garrote vil a los elementos indeseables. Nada que ver este verdugo metafórico con ese otro, ese córvido asesino, consciente y carnívoro de Pinochet, al que quiere dejar libre el ministro Straw para no tener que seguir limpiándole las babas de viejo generalazo chocho y pútrido.

El gobierno británico ha terminado escupiendo ese trozo de carne correosa que se le había quedado entre los dientes y que le daba ya fatiguita. Ha sido una decisión política a contrapelo, mal hecha y mal vestida de pena o de asco. Un informe médico fantasma, inaccesible dice el ministro, cuenta que Pinochet se deshace por las costuras y que no aguanta la pesadez y la incomodidad de un juicio. Pinochet se libra como los niños chicos de la escuela, por ese dolor de barriga fingido o exagerado y la carita de sufrimiento, eso que enternece tanto. Seguro que todos los achaques se le pasaban al ponerle un buen rojazo delante. Entonces verían cómo se despabilaba y volvía a coger el espadón justiciero de la Patria y el Capital, adaptado para su uso cómodo desde la silla de ruedas. A estos matarifes, el hambre de sangre y vísceras no se les apaga ni con la edad ni con las pastillas de la tensión.

Ha sido la de Straw una decisión a medio ganchete que hace equilibrios sobre la letra de la propia Ley y sobre la poca vergüenza. Straw sabe que la Convención Contra la Tortura indica bien claramente que en el caso de negar la extradición, sería Gran Bretaña la que tendría obligación de juzgar al dictador (artículo 7.1). Él, sin embargo, ha toreado sin pudor este importante párrafo, ninguneando un tratado que debería estar por encima de su burocracia oxoniense y de los ricitos de sus lores. Straw, además, hace la cabriola de invocar el derecho a la "intimidad" para no desvelar unos informes médicos sin los que es imposible ningún recurso serio, negando a una de las partes el conocimiento de documentación fundamental para el caso. Si no fuera tan terrible, daría risa: el derecho a la "intimidad" por encima del derecho a la justicia de los familiares de miles de muertos y torturados. Para colmo de las contradicciones, Frei asegura que Pinochet será juzgado en Chile: si no puede soportar un juicio ni en España ni en Gran Bretaña, ¿es que sí puede hacerlo en Chile?

El que respira tranquilo, claro, es Matutes, al que el caso Pinochet le estaba amargando ya demasiadas cenas con sus colegas del otro lado del Atlántico. Y Villalonga, por su puesto, que ya podrá lanzar una opa contra la empresa de telefonía chilena sin temor a que lo linchen. (Villalonga, me doy cuenta, me está saliendo últimamente demasiadas veces en los artículos. Este factótum, híbrido de valido austrino y Tío Gilito, asoma su cabeza cuadrada por todos lados, se ha convertido en el pendón -por bandera, quiero decir- de toda la economía, la política y la flamenquería españolas. Cuando Villalonga se resfría, estornuda la Bolsa, la Moncloa y hasta las putas de la Casa de Campo, por muchas pieles falsas que se pongan sobre la otra piel esas lobeznas). El gobierno, al que se le ve otra vez la pluma detrás de los atriles de las ruedas de prensa, ya ha manifestado su negativa a tramitar nuevos recursos. No está dispuesto a que se estropee todavía más ese delicado trasiego de las valijas diplomáticas, aunque vayan cargadas de higadillos y muerte. La derecha siempre ha tenido mucho cuidado con el protocolo, las buenas formas y el uso de los cubiertos de pescado, que es lo que les da el lustre y, según creen, la razón, pero, como aquellas damas de Versalles, por debajo de los vestidos y las joyas siguen teniendo los calzones cagados.

Hemos visto, una vez más, como la Justicia es estiradiza y adaptable, igual que esas mallas horribles que se ponen las mujeres. Tanto que puede volverse del revés para terminar asesinada con una de sus comas y colgarse luego su propio cadáver de las costillas. Es bochornoso que los crímenes espeluznantes de este verdugo con gorra de plato queden sin castigo por una "indisposición", por una jaqueca de marquesa escenificada con tilas y soponcios. Pinochet tendría que acabar, como Rudolf Hess o Henri Pétain, pudriéndose en una prisión, única manera de lavar ante la Humanidad su ristra sanguinolenta de asesinatos y torturas. Pero, como siempre, los mercaderes acaban ganando. Ole la "tercera vía" y la economía global.

 

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