ESTRELLA JOVEN - LA ESTRELLA DIGITAL

EL CINICO


Transfiguración

Pedro Almodóvar se fue a por su Oscar, que tenía ya casi ganado por pejiguera y por premiado. Iba con hambre de estatuilla y de americanos, como a cazar bisontes de smoking (a Estados Unidos siempre se va con hambre de algo, de estómagos o de glorias), y al final se salió con la suya, que era la de otros muchos: cinéfilos, forofos, patriotas y mariquitas de pueblo. No parecía sino que habíamos embarcado a Almodóvar y a su corte de guapas y travestis para menoscabar el Imperio USA, que es hereje, puritano y estrecho de culo. Porque para eso, para ningunear a los americanos, nada mejor que lo que hizo Almodóvar: hablarles en un inglés de aparcacoches, sin complejos, y contaminarlos con una jacarandosa romería de santos, Vírgenes y guardapelos de beata. No parecía sino que la mano sabia del CESID estaba detrás de las cortinas, vengándonos.

A pesar de toda su literatura urbanita, vertiginosa y muy de desaguadero de ciudad, es que Almodóvar sigue siendo un hombre de pueblo, de tierra, de pan, queso y Cristos, y por eso hace tan bien de falso cateto pilonero, aunque lo haga para provocar o por el bien de la Patria, no se sabe. Almodóvar es un hombre desconcertante (el genio siempre lo es) y por eso puede conjugar ese algo que tiene de querubín sátiro, de duendecillo libidinoso quedón y gordezuelo, con toda esa religiosidad de oros, velas y plazas de pueblo. Cuando aquello de La Movida, Almodóvar iba de pecador, de escandaloso, de loca, de Satán con tacones y tetas, o sea, con la "nominación" segura para ir de cabeza al Infierno. Ahora, ya ven, invoca al santoral, a las Vírgenes de barro, a los Cristos de las estaciones de metro y a las figuritas fluorescentes de las cómodas de las casas, convertido, arrepentido, transfigurado, feliz en esa religiosidad de mesa camilla y encajes de las marujas. Todos tenemos derecho a cambiar.

Al PP le ha pasado más o menos lo mismo. A medida que iban viniéndole votos, mayorías y gobiernos, a medida que le iba cayendo un Oscar al mejor actor secundario, un Globo de Oro al mejor vestuario o la deseada Palma de Oro de la mayoría absoluta, se ha ido poniendo la mantilla del centro, acordándose del santoral de la moderación, olvidando las juergas y las noches de desmadre con Fraga y su derecha carpetovetónica y cachondona. Hace diez años que Aznar lleva los mandos de la gaviota, desde aquel Congreso en Sevilla donde Fraga se despidió para retirarse a sus cuevas galaicas. En estos diez años el PP ha ido intentado quitarse los afeites de derecha, las pestañas postizas del régimen, consiguiéndolo, a lo mejor, un poco. Librarse de ser derecha no es fácil, que siempre quedan ese amigote banquero y ese cura del Opus que viene por la tarde a tomar chocolate, cada uno con su cruzada: el primero la de los millones y el segundo la de... Caramba, qué coincidencia.

Pero esta conversión al centro, esta transfiguración, no ha venido porque sí. La derecha, que es pesadota y biencomida, no se mueve si no se la empuja. El PP no se podía quedar en las maneras e ideas de Fraga. Encerrados en un posfranquismo nostálgico e iracundo, nunca hubieran llegado a ser alternativa de gobierno. Es que entre curas, militares, banqueros y notarios, no da para una mayoría. Hacen falta obreros, bedeles y auxiliares administrativos, y para ganarse a éstos hay que bajarse a los arrabales, descabalgarse un poco de los palacios, quitarse el levitón, que es lo que ha ido haciendo el PP, con algún guiño de antigua derecha de vez en cuando, que todavía hay muchos mantenidos del Movimiento en el PP llamando a los timbres y poniendo los brazos en jarra cuando ven que los currantes ni van en alpargatas ni quieren aparecer por misa.

Aznar viene de lo que viene, de la derecha de siempre, pero ha tenido que quitarse los tacones para poder subirse al escenario a recibir el premio, los abrazos y la mayoría. A ver si Almodóvar hubiera llegado al Oscar vestido con las enaguas de alguna tía suya... Pues no. Que se quede Aznar ahí, en su centro, si le dejan, si no le cambian al productor a mitad de la película. Aznar sabe que las segundas partes de según qué cosas nunca podrán ser buenas.

 

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