El Cínico

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20/06/99

Abstención.

En el baile fino y encopetado de lo políticamente correcto, en ese banquete relamido del civismo de los buenos contribuyentes, la abstención es la zapatilla de deporte y la camiseta con calaveras, el mojar pan en el cóctel de mariscos, el tocarle el culo a la chica durante el cotillón y el soltar, satisfechos, un regüeldo a los postres. O sea, causa de escándalo, desdén y expulsión de los clubes de campo, casi peor que no separar la basura o no saber jugar al tenis. Por esto los vecinos te señalan con el dedo y no te vuelven a invitar a las barbacoas, por esto eres excomulgado de la colectividad de las personas decentes.

Aunque nos la quieran demonizar, la abstención (intencionada, meditada) es un voto también en su ausencia, un voto por negación, con significado y propósito y valor, esto es: "lo siento, pero ni éste ni éste ni el otro; no me gustan lo que venden y me quedo sin comprar". La abstención, que es como el ateísmo de esta religión de la democracia folclórica, mediática y polarizada que nos quieren dar a comulgar, es, podríamos decir parafraseando a Cioran, el acto supremo de la valentía democrática: el suicidio, por hastío, de la persona como elector consumista. Ahí, con dos cojones. Para escoger entre Guatemala y Guatepeor, me quedo en casita la mar de a gusto. Y no tiene nada que ver con el esnobismo: es simplemente cuestión de pudor o decencia intelectual. Los que no votamos el domingo asumimos el gesto con algo de heroicidad complaciente, como cuando uno se resiste a un viejo vicio.

Han sido éstas unas elecciones de abstención ante los resucitados, los muertos y los ectoplasmas: el resucitado González, desenterrado del mausoleo de la corrupción y del caciquismo cargado de abalorios enmohecidos, como un rey de una civilización perdida y algo oscura; el muerto Anguita, carcomido políticamente por esa infección de dogmatismo, irrealidad y soberbia que le afila la cara, el discurso y el índice en los atriles; el ectoplasma Aznar, que levita entre un centro inventado y la derecha que él cree que hace desaparecer de España al quitarse la chaqueta y remangarse la camisa ante las cámaras. Esto no han sido unas elecciones, ha sido un episodio triple de Expediente X, con el "continuará" colgando del último plano y fundiendo en negro.

Mientras se doran los refritos de los pactos y se enrasan los exabruptos y las diferencias, mientras que, al interés común, se doblegan las animadversiones, resuenan todavía las "lecturas", esa hermeneútica del marketing político. Lee el PSOE que ahora España sí va bien para ellos, alucinando al ver que suben sin tener candidato ni alternativa ni nada, sólo con apelar a ese lado de las barricadas al que siguen llamando "progresismo", que no es más que el calor familiar de sus urdimbres. Lee el PP que aumenta su distancia como una máquina segura de sus engranajes, y se ven al timón de otra legislatura de macrocifras y tenedurías. Lee IU, exhalando su último aliento de rojazos de otros tiempos, que tienen que cambiar y que, bien mirado, no hay mal que por bien no venga.

Pero nadie hace por leer lo que han dicho los que los superan a todos ellos, los que se abstuvieron para protestar de tanta mierda esparcida y de tanto histrionismo verdulero. Pero de esos no gusta hablar, porque son el fracaso de la democracia, el vertedero de la decepción y del pasotismo, los esnobs, los ácratas, los insumisos de la sociedad honorable, los que no tienen derecho a protestar porque "no participan en el juego democrático", que dicen estúpidamente en su lenguaje kitsch los políticos. Hay que joderse.

Y es que la abstención debería estar representada en los parlamentos y en los ayuntamientos, aunque hubiera que hacer una lotería para asignar los asientos. Sí, algunos de los que nos hemos abstenido deberíamos estar allí, aunque fuera sólo para porculear, para fastidiar pactos y tejemanejes. Entonces esta democracia nuestra, festivamente feliz y tontona como una ilustración de revista de testigos de Jehová, este sistema venerado que no es más que una aristocracia electiva, se acercaría algo más a aquella democracia verídica de las polis. Entonces seguro que tendrían más cuidadito estos políticos nuestros, por la cuenta que les trae.

Escribía hace poco Gabriel Albiac, ese okupa brillante del pensamiento español, que con nuestra tecnología no sería difícil hacer que todos participáramos directamente en nuestro gobierno sin necesidad de representantes intermediarios que compravendieran nuestros votos. Bendita inocencia. ¿Acaso creen que nuestros profesionales de la democracia —esos mantenidos de la demagogia— lo permitirían?

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