LA TRAMPA DE ULISES

Luis M. Fuentes

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18/01/99

Muchas gracias en Madrid.

Recuerdo que la llegada de Doña Teófila a la alcaldía me produjo una sensación postquirúrgica de injerto o de añadido protésico, casi de intromisión bárbara, como aquello de los ministros italianos de Carlos III. Doña Teófila llegó con su nombre etimológico y de sonoridad levemente goda y unas maneras norteñas sositas y algo descolocadas a gobernar una ciudad que parecía demasiado diferente a ella, y a mí me dio la impresión de que no pegaba de ninguna forma, como esos floreros que regalan las suegras.

Esto mismo —que no pega— me ha parecido lo de irse toda la peña a Madrid a presentar el Carnaval, no se sabe si para mendigar subvenciones, como acto de vasallaje a sus jefes políticos, como sublimación del arte de la mercadotecnia o como gloriosa cruzada de conversión de los infieles mesetarios. Inútil, porque por allá arriba no nos entienden, y no lo harán nunca (cosas del clima o de la herencia cultural). Por mucha embajada de "Los juancojones" o del coro de Julio Pardo que les mandemos, seguirán mirándonos con cierta piedad o apuro antropológico, como de explorador ante una danza nativa. Vendrán por el cachondeo, eso sí, y se dejarán los duros, que al fin y al cabo es lo que se busca, pero continuarán viendo este Carnaval como un rito aquejado de una benigna chabacanería paleta y provinciana; tan provinciana, fíjense, que nos vamos a la capital para mostrar lo bonito de nuestras cosas, para intentar impresionar a los curritos de Vallecas y a los JASP de la Castellana, para que nos redigan lo graciosos que somos y el ingenio que tenemos, a pesar (esto no lo dijo Álvarez del Manzano, pero lo pensó) de tener el mayor paro de toda la Europa convergente y monetaria.

Será verdad que los andaluces seguimos cobijándonos en el consuelo infantil y algo dócil de nuestra supuesta gracia congénita, como si eso nos redimiera de la miseria. Y últimamente, para colmo, este humor nuestro ni siquiera mantiene los rasgos mínimos de inteligencia y buen gusto. No tenemos más que ver cómo se va denigrando en los programas de colorines y azafatas bobas de la tele, e incluso dentro del intocable Carnaval, hasta reducirse a un hervor de ordinarieces grotescas y de pedorreras escatológicas y genitales como única manera de arrancar las carcajadas. No sé cómo (algo tendremos nosotros que ver), pero la imagen del andaluz se está acomodando al modelo moranquero de pueblerino ignorante, grosero y chistoso. Y el resto de España se ríe con eso. Y nosotros, por lo visto, estamos muy satisfechos de que sea así.

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