LA BAHIA DEL MAMONEO (BAHIA DE CADIZ)

LA TRAMPA DE ULISES


Un hotel en el espacio

El 2000 llegó sin holocausto informático, sin emboscadas de monstruos abisales y, como dice Sabina, sin "marcianos cruzando la frontera". La naturaleza, sabia e inconsciente, ignora como siempre nuestras supersticiones y nuestros terrores infantiles. El primer sol del 2000 sorprendió a la Bahía en su rutina, en esa avenencia con la normalidad que debe ser el paso del tiempo. Cuando los sabios y los agoreros tiemblan de sobrecogimiento tecnológico y sueñan con las nebulosas rosas del espacio y con los ordenadores en el bolsillo con los pictolines, a nosotros lo que nos sigue preocupando es el precio de la gasolina y esa vecina que parece que nos guiña un ojo cuando recoge la bombona de butano, los seis meses de paro y el techo con goteras que nos adorna la salita con el absurdo cotidiano de un cubo de plástico, una salita que parece entonces un ready-made en el Museo Reina Sofía.

En medio de la borrachera milenarista, el 2000 de la Bahía se ha quedado en los desconchones del almanaque de la Consejería de Obras Públicas, en las fotos de la desintegración somnolienta de esas gentes que comen caliches en su sopa de infernillo, arrebujadas en una soledad de cisco, bombillas peladas y cañerías descubiertas como venas gordas de la pobreza. Parecen mártires de una catástrofe lejana, de un terremoto sin ruido, retratados con la mirada asomadiza y vencida de esos niños africanos que mastican moscas. Es el coleteo de miseria que le queda a este 2000 sideral y fútil, y la miseria siempre es fotogénica y vendible, lo saben los artistas que ganan premios con muertos y los políticos que trafican con el sufrimiento como si fueran "stock options". Por eso están la Junta y el Ayuntamiento de Cádiz tirándose las hojas del almanaque a la cara, otro escupitajo más en su estrategia de "confrontación" diseñada, qué contradicción, desde los palacios y las alfombras de los mantenidos del poder.

El 2000 despierta en Cádiz con vigas tronchadas y puertas menesterosas con cortinas de flecos. Ahí está ese calendario de la infravivienda, exitoso como el de las Matildas pero en descorazonador, horripilante no porque se haya hecho, sino porque se haya podido hacer. Ahí está también el 38 de la calle Trille, que será arrasado por el topillo del soterramiento y donde se tuvieron que comer las uvas con la expropiación esperando tras las campanadas como un buitre espantoso y funcionarial. Como los peritos no tasan el calor de hogar, sino la consistencia del cemento, a estos vecinos sólo les queda la posibilidad de un dinero ridículo o un alquiler de lástima y, después, el sueño de alguna vivienda social, que llegará o no llegará o tendrá que pasar el tamiz de un sorteo raro como en Astilleros y Puntales. Todo para que después lleguen los especuladores a negociar con los cimientos de sus almas.

Muy lejos está esta Bahía de los brillos de titanio y microchips que estremecen el espinazo del planeta. Aquí todavía hay palanganas y cascotes y gente viviendo en chamizos y cociendo gatos. Parece que ni el falso milenio ni los fuegos en Sidney han cambiado eso. Algunos ya quieren hacer un hotel en el espacio, con vistas al azul de bolindre de la Tierra y a Alfa Centauri. A lo mejor acaban en ese hotel los del almanaque y los de la calle Trille, viendo pasar, en vez del tren, el transbordador espacial, todo a cámara lenta y con música de Richard Strauss. Desde el vacío del espacio no llegarán las protestas ni la vergüenza triste de los viejos meados.

 

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