LA TRAMPA DE ULISES

Luis M. Fuentes

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29/03/99

Semana Santa.

Para bien o para mal, Dios o Feuerbach me hicieron ateo. Muchos que me conocen piensan que odio la Semana Santa y que disfruto atacándola con saña, pero eso es un error, o al menos una simplificación. Aunque no puedo ver ningún sentido trascendente en ella, me parece un espectáculo agradable a la vista y discretamente estético. Sin embargo he llegado a la conclusión de que, tal como está montada, la Semana Santa hace un daño devastador a la raza humana. Aquí están algunas de mis razones:

1) La irracionalidad que promueve. Su trascendencia religiosa se basa en suposiciones y creencias que no resisten el más pequeño examen racional. Que esas falacias se hagan verdad absoluta y sagrada es un insulto a la inteligencia y un crimen contra el conocimiento y el progreso de la humanidad.

2) El fanatismo embrutecedor que produce. No he conocido nunca un colectivo tan refractario a las críticas y a la disensión como el cofrade, en el que cualquier opinión contraria puede sublevar a sus miembros más exaltados hasta la ceguera más violenta. Si quieren hacer la prueba, díganle sin chanza a un costalero que lo que lleva es un trozo de madera (que no es más que la verdad), y después echen a correr antes de que les alcance el sopapo. Esta actitud es bárbara y neanderthálica.

3) El falso concepto de virtud que genera. Se considera injustamente más virtuoso, mejor ciudadano, mejor persona, a un cofrade que a un ateo, por ejemplo, cosa que es totalmente absurda. Esta supuesta virtud cofrade, además, no se asemeja ni de lejos a la virtud cristiana: no creo que gastar cantidades inmensas de dinero en adornar una parihuela y pasarse todo el año preparando un pompático y fatuo cortejo sea lo que defina mejor a un cristiano (la última vez que leí los Evangelios, al menos, no vi que se pusiera en este aspecto un énfasis fundamental). El modelo cofrade no constituye, ni muchísimo menos, un ejemplo siquiera medianamente aceptable de vida cristiana. Los cristianos de verdad se preocuparían más de la caridad y de la pobreza y menos de tanto palio, varita y candelabro dorado.

4) La abominable redención por el sufrimiento que defiende. El cofrade, sobre todo el costalero, participa de una idea que considero aborrecible y atroz: que el sufrimiento inútil de una persona pueda servir para hacerla más digna ante su deidad. Eso es humillante e inmoral.

5) El kitsch de su discurso y sus formas amaneradas, que araña las tripas de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad artística.

6) La santificación de las tradiciones que implica. Me irrita superlativamente que se adopten actitudes y verdades por el simple hecho de ser tradiciones, y más si se convierten en el único sustento de la identidad y la vida de un individuo, anulando su personalidad y su libertad en favor de un borreguil pensamiento de clan y comuna. Dijo Ravel: "La tradición es la personalidad de los imbéciles".

7) Su demagogia chauvinista, exaltadora de las pasiones más viscerales e irracionales del pueblo.

8) La soberbia que fomenta, que incluso provoca ridículos enfrentamientos entre cofradías a cuenta de la mayor o menor suntuosidad de sus pasos o del virtuosismo de su conducción.

9) El elitismo caciquil que muestra. Los que se nos exhiben en esos actos con varitas y medallitas, pavoneando su supuesta importancia en la comunidad, se me aparecen como un rastro hediondo del feudalismo y del señoritismo ancestral de nuestra tierra.

Como han podido ver, lo que me enfurece de la Semana Santa no tiene tanto que ver con ella en sí como con la actitud sectaria y tribal que alimentan muchos de sus adeptos. Todas estas actitudes son tan evidentemente dañinas que no se puede negar su perversidad.

Quisiera terminar con unas palabras de un reputado escritor. Este escritor tachaba de vanidad el uso de las imágenes religiosas, pues "leños cortados en el bosque, obra de las manos del artífice con la azuela, se decoran con plata y oro, y los sujetan a martillazos con clavos para que no se muevan. Son como espantajos de melonar, y no hablan; hay que llevarlos, porque no andan; no les tengáis miedo, pues no pueden haceros mal, ni tampoco bien". Si piensan que este escritor es algún ateo blasfemo como yo, se equivocan: era el profeta Jeremías, y esto está en la Biblia (Jer 10,3-5). Palabra de Dios.

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