EL ESPECTRÓGRAFO DE MIRADAS

Luis M. Fuentes


MAYO 1998

Después de la Feria 30/05/98 Feria del Libro o de la Soledad 9/05/98
Las cosas claras (y II) 23/05/98 Doble impacto 2/05/98
Las cosas claras (I) 16/05/98  

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30/05/98

Después de la Feria.

¡Qué hartura de Feria! ¡Qué cansancio casi canicular! Esta pesadez terrosa en las piernas, en la mirada cabizbaja, en los pies hinchados, polvorientos como de nómada... Ahora que he llegado a casa destrozado, con esa sensación de tiempo perdido que tienen las noches de fin de año o las borracheras que no consiguen nada; ahora que he estado caminando por las calles perseguido por un sol insultantemente convencional y decente, no siento más que una gran fatiga de todo, una fatiga panteísta y como merecida. Recuerdo (las sensaciones de esas mañanas siempre me traen alguna música, como una consecuencia homeopática del alcohol), recuerdo, digo, esa misma abulia sudorosa, como de un discurrir más espeso en todo, que inspira el primer tema del Allegro non molto de "El verano" de Vivaldi. Pero respiro, y al fin me regocijo cuando tecleo esto, porque la Feria ha terminado, porque ese atletismo obligado de divertirse de manera casi burocrática, de tirar horas para atrás como en una competición, se ha acabado un año más.

Me estallan todavía en la cabeza los ecos de las sevillanas y el pam-pam-pam de esa cancioncilla absurda, de letra subnormal, que es por lo visto la insignia del Mundial de Fútbol; y me digo que no es el ínfimo valor artístico de estas musiquillas lo que me asquea, sino su repetición terca. Supongo que si en vez de sevillanas se empecinaran en poner hora tras hora, día tras día, en la tele, en la radio y en la calle, minuetos, alemandas o courantes, llegarían a hastiarme casi de igual manera. Pero la gente, al parecer, tiene un aguante digestivo descomunal para estas cosas. Ahí estaban las niñas, más o menos afortunadamente vestidas y pintadas, flor en lo alto como si fueran una maceta, bailando sin descanso, vencidas por la sangre o por la tradición, y los niños al acecho, moviéndose a su alrededor con un descaro de sexo promiscuo y olfativo, dando volteretas torpes y desgarbadas. Es curioso: cuando una pareja se incorporaba un poco despistada, enseguida se le indicaba con los dedos, como una bienvenida, el número que tocaba, en un diligente gesto de civismo ferial o de corporativismo folclórico: primera, segunda, tercera (la del taconeo, recuerda) y la cuarta (brillante y enrevesada como un finale en forma rondó) para rematar la faena y agarrarse con un ímpetu inequívoco a la cintura o directamente al culo. Y después una rumbita, claro, que deja más libertad para expresar el arte y el embrujo gitano de unos/as y la patosidad chambona de otros/as, rumbitas que dan una sensación de juerga un poco más caótica o disoluta, más enraizada o más lorquiana casi. Y, desde luego, todo entre el olor de los pimientos fritos y las tortillas apresuradas, y siempre bajo la santa presencia alegórica y pagana de la manzanilla. Todo porque saben divertirse, sí.

Uno, que mira todo eso con cierto asombro de explorador, es, según quién te lo diga, un saborío o un amargao. Uno no sabe divertirse, claro, no sabe participar de la comunión de estos saraos. Uno, que añora ante esa desmesurada muestra de fiebre tribal un bar tranquilito, donde se pueda hablar y pongan a Serrat o a Supertramp (o a Mahler, que sigue estando disponible en "El Callejón"), debe resignarse a ser considerado por todos un monumento al arte de aguar fiestas. Y se extrañan (de verdad) cuando les digo que nanai de excentricidades o de ganas de llamar la atención, que se trata, aunque no se lo crean, sólo de una sinceridad abierta y oceánica. Pero incluso yo tuve un día de debilidad, sí. Fue el miércoles, un día neutro y algo difuso. Salí con algunos/as compañeros/as de un curso, después de las clases, a la una y media de la tarde, con la intención de tomarnos unas copitas en la feria antes de comer, y terminamos a las nueve de la noche, cargadetes, felices y sonrosaditos/as. Sería la gente, supongo, o que me cogió un día tonto, pero aquel ambiente ferial se volvió súbitamente acogedor, como de butaca y mesa camilla. Y allí Lourdes, Ana, Carmina, Mari Carmen, Rafa, Antonio, yo, y también Cristi y Rocío, aunque se fueron pronto, y Silvia, que apareció por sorpresa un par de veces para deslumbrarnos, pasamos un rato estupendo. Ahora sí, me resistí a bailar. Mi sentido del ridículo o de la estética me mantuvo cacofónicamente estático toda la feria. Hay que preservar, desde luego, la reputación de sieso o de aburrido que tiene uno, faltaría más. Son cosas del marketing.

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23/05/98

Las cosas claras (y II).

La semana pasada expliqué las razones que me llevaban a rechazar el marxismo y a preferir el liberalismo. Sigo reiterándome, sin embargo, en mi idea de que, en realidad, poca gente es marxista. El hecho de que el mismo paladín que hace un par de semanas arremetía contra mí enarbolara como signo marxista el Manifiesto Comunista lo demuestra. Hay en la gente de la izquierda más radical una confusión de ideologías y de creencias que, básicamente, es lo que yo quería criticar en aquel artículo, por lo visto tan hiriente para algunos. Siento decir que no he visto en las ideas de este colectivo ningún sistema o método; su ideal es, simplemente, la descripción de un edén de infantilismo empíreo. Cometen a mi parecer un error fundamental, creo que por excesiva simplificación. Achacan todos los males de nuestro planeta a la perversidad del sistema capitalista: hay abusos, injusticias, maldades, llevadas siempre de la mano del egoísmo, la ambición y el dinero, o sea, del capitalismo. Su razonamiento es que, terminando con el capitalismo, terminarían esas injusticias. Es este último paso el que veo sin justificación, porque, en realidad, la injusticia, el egoísmo y la maldad no son cualidades del capitalismo, sino de los seres humanos en general (al menos de los seres humanos actuales). Extirpar eso sí que me parece imposible (de momento). Las revoluciones y los salvadores tuvieron otras épocas y otros contextos, pero hoy en día las cosas se hacen de otra manera. Sólo una evolución ética global, una evolución de mucho tiempo, podría eliminar (al menos en su mayoría) los males de la humanidad. Esta evolución está en marcha, sí, aunque a veces pienso que me influye demasiado en esta visión mi convicción positivista. Pero, desde luego, hay horrores que eran normales hace cien años y que hoy en día serían impensables en nuestra sociedad. Hay valores muy positivos que están ascendiendo espectacularmente en los últimos años, como la solidaridad (cada vez hay más ONGs, más gente que dedica su tiempo y su trabajo a los demás) o la conciencia ecológica (me refiero a la conciencia ecológica de verdad, y no a la de algunos ecologistas de boquilla que protestan contra las nucleares y no contra las centrales de carbón, que contaminan más, o que hacen cosas tan extrañas como intentar impedir el avance un tren con residuos nucleares —¿pretendían acaso que se quedara en mitad campo?—). Esto me hace pensar en la posibilidad de un futuro bastante mejor. Pero la visión vertiginosa, como de microondas, que quiere dar la izquierda radical de que su ideología llevaría a la humanidad a un paraíso como de ilustración de revista de los testigos, no me merece ningún crédito. Hay, eso sí, que protestar, que reivindicar, claro, pero eso no tiene nada que ver con derechas o izquierdas, ni con llevar una guerra ciega y atronada contra el "sistema". Las cosas se pueden mejorar con más efectividad de otra manera, aprovechando incluso el mismo capitalismo. Esto es algo de lo que poca gente se da cuenta: la capacidad que tiene el capitalismo de crear riqueza (por ambición, por desmesura de algunos) debe ser utilizada por los gobiernos para incrementar el bienestar general. Encauzando adecuadamente parte de esa riqueza creada la sociedad mejoraría, desde luego, más que con la idea marxista, que sólo lleva a una abulia de funcionario, sin incentivos y sin posibilidad de evolución.

En cuanto al caso particular de El Topo Andalú, debo decir que no conozco a gente suficiente para hacer una evaluación científica. Mi artículo "La neurosis de la izquierda radical" se basó en una conversación con dos de sus adeptos, lo que, es cierto, me dio una imagen muy parcial. Pero su comportamiento como de eternos fugitivos, de guerrilleros heroicos iluminados por una verdad y un deber casi estigmáticos; su sospecha y desconfianza ante todo, como de agente secreto acosado por el enemigo, me parecieron, sinceramente, afectados y exagerados. También me sorprendió su absoluto desconocimiento de los fundamentos de la misma ideología que tenían por estandarte. En cuanto al terrorismo, celebro que El Topo Andalú rechace las actitudes violentas, y por ello me extrañan aún más las palabras que oí a estos dos miembros o simpatizantes: uno confesaba con orgullo haber hecho campaña con Herri Batasuna y comentaba jocosamente lo que se alegraban de que ciertos representantes del "sistema represor" fueran "retirados", por utilizar algún eufemismo cinematográfico; y otra afirmaba ante mis narices que los ertzainas eran unos "asesinos, por supuesto", sin mencionar para nada si los etarras le merecían o no la misma opinión, lo que, con razón, hace dudar de su imparcialidad. Estos fueron hechos ciertos, y me sigo reiterando al calificar de neurótica y descerebrada esta actitud. Acepto, sin embargo, que estas opiniones no representan la postura oficial de El Topo Andalú, y me alegro de ello.

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16/05/98

Las cosas claras (I).

Últimamente no suelo contestar a los lectores. Me ha terminado pareciendo algo así como una impudicia o un abuso. En realidad las críticas de estilo, la demonización de mis actitudes o los ataques personales me traen por completo sin cuidado (siento a este respecto una indiferencia totalmente ultramarina). Un principio general, sin embargo, es que la redondez o la agresividad de las palabras ni hace la verdad ni la destruye. Hoy, ciertamente, es sólo decencia histórica o documental lo que me hace querer dejar algunas cosas claras, porque, si hay algo peor que un mal escrito, es un escrito equivocado.

El liberalismo nació a finales del XVII, con manufactura de Inglaterra y Holanda. Negaba, provocador, la potestad divina de los Reyes para gobernar, y preconizaba, entre otras cosas, que todos los hombres nacían iguales y que la comunidad tiene el derecho de elegir su forma de gobierno. El respeto por la propiedad y un optimismo que se manifestaba en la idea de "progreso" eran otras de sus características. El liberalismo no se hizo una filosofía hasta Locke (1632-1704), el que fue padre del empirismo británico. Pocos filósofos (independientemente de la profundidad de su sistema) han influido tanto en la historia moderna y contemporánea como Locke. Incluso el marxismo hubiera sido imposible sin él. Fue Locke, quién, por ejemplo, estableció la división de poderes como indispensable (algo que desarrollaría posteriormente Montesquieu). Sus ideas se reflejaron en la constitución americana y en los enciclopedistas franceses, llegando, con diferentes adaptaciones, a conformar el esqueleto de las democracias occidentales. Históricamente, sólo han nacido dos alternativas al liberalismo del que Locke sentó las bases. La primera comienza con Rousseau y se fortalece con el movimiento romántico, acabando, a través de las filosofías de Fitche, Carlyle y Nietzsche, en el nazismo y el fascismo. La otra alternativa la representa el marxismo. Desde mi punto de vista, tanto el fascismo como el marxismo representan extremismos vituperables, porque, al fin y al cabo, sólo son formas de despotismo dictatorial. Es falso que el Manifiesto Comunista represente el ideario marxista (se suele decir bastante gráficamente que Marx no fue marxista toda su vida); ese manifiesto es sólo una obra "juvenil" (Marx tenía treinta años). La base del marxismo, la teoría materialista que él llamó dialéctica por influencia de Hegel (el marxismo es un eclecticismo), la desarrolló bastante después. La caída del capitalismo y el establecimiento del comunismo son, según Marx, una consecuencia inevitable de la fuerza ciega que él atribuye a esta dialéctica y, es curioso, no parte, al contrario de lo que se podría pensar, de ninguna consideración ética. Esta frialdad cientifista contrasta bastante con la fogosidad bisoña del Manifiesto. El marxismo exige la revolución; exige, en tanto se consigue una igualdad utópica que yo considero irrealizable, que el proletariado someta dictatorialmente a la burguesía, lo que me parece tan horrible como el caso contrario (la tiranía de las mayorías sigue siendo tiranía). Cualquier otra cosa no es marxismo. En realidad, ninguna corriente socialista en Europa ha sido marxista aparte de la rusa. La socialdemocracia, que es una suavización drástica de las ideas de Marx, no es marxismo: sigue estando dentro del liberalismo. Hay, en este sentido, un error grave al identificar al liberalismo con la derecha; es el error de confundir los sistemas con las ideologías. La socialdemocracia es de izquierdas, pero liberal, ya que se mueve dentro de las pautas de este sistema. La diferencia entre la izquierda (liberal) y la derecha (igualmente liberal) está en el grado de control al que opinan que hay que someter a las leyes del mercado y en la importancia que otorgan al hecho de conseguir unos fines de justicia social más o menos general. Tengo que rechazar, por falaz, la idea de que el liberalismo es un sistema perverso per se. La apropiación que quiere hacer el marxismo de las ideas de justicia o bienestar social (casi de "bien" absoluto) me parece infundada. Ningún sistema marxista ha logrado esto más que las democracias occidentales, y sí que ha sometido a la población, como en toda dictadura, al miedo, al silencio y a la muerte, en nombre de la ortodoxia ideológica.

En resumen, pues, el marxismo es un sistema que implica una dictadura, y, por tanto, lo rechazo. Al rechazar igualmente el fascismo, no puedo concebir otro sistema más adecuado que el liberalismo, equilibrado, eso sí, desde los dos polos izquierda-derecha, con el fin último de la mayor justicia y bienestar posible, ya que siempre lo regulará la decisión expresada mediante sufragio universal de la comunidad. En cualquier caso, sus fallos, que existen y son reconocidos, me parecen preferibles a cualquier dictadura. Esto no tiene nada que ver con derechas o con izquierdas, tiene que ver sólo con el horror que siempre representa el que la voluntad de un ser humano esté sometida a la de otro.

(Continuará)

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9/05/98

Feria del Libro o de la Soledad.

Durante un momento casi llegué a convencerme de que la Feria del Libro no sirve para nada; vamos, que quien lee habitualmente no la necesita, y quien no lee pasa totalmente de ella. O puede que esas casetas casi africanas, exiliadas en la Calzada como si estuvieran en cuarentena, apabulladas por la mole esquelética de la otra Feria, la del cachondeo, me hayan ofrecido una imagen tan desamparada que prefiera no volver a toparme con ella, igual que cuando se evita mirar el muñón de un tullido. Sí, puede que sea esto, que ante la estampa de esos libreros vocacionales y apostólicos, tan poquitos que son más una familia que un gremio, no pueda evitar una lástima desvalida como de orfanato: tan solos con sus libros y su pasión ilustrada, tan indefensos o incomprendidos ante la masa de patanes folcloriqueros que llenan la ciudad. Si tan sólo tuviéramos la mitad de librerías que de tiendas de veinte duros, o de casas de hermandad, o de peñas futboleras... Todo sin duda sería mucho mejor, claro. Pero a ver quién pone aquí una librería, quién se deja las horas y los sudores entre Rilke o Pessoa para intentar sobrevivir luego a costa de los folletines de las espaisguerls y del superpop que compran esas niñas de pubescencia de plazoleta, cachondona y fetichista.

Estuve en la Feria del Libro, expectante, ilusionado, dispuesto a bucear entre enciclopedias y ofertas que soñaba excesivas y descocadas, como putas en huelga de celo, pero un abatimiento súbito me quitó las ganas de casi todo. Quizá fue su minimidad imprevista, o el gesto de algunas personas que pasaban de lejos mirando esquivas, como ante un pedigüeño, extrañadas como si esa Feria del Libro fuera una verruga en las narices sagradas de la Feria manzanillera o un rito incomprensible practicado por alguna secta o grupo de teatro de estos de vanguardia. Toda la miseria intelectual de nuestra ciudad se me vino encima. Tan sólo me animó un hermanamiento un tanto cursi con los colegas que veía por allí. Pero, hay que ver, ni siquiera llegué a comprar nada. Quería ir el domingo, libre ya del sabbat de las noches de copas, pero al final una resaca pegajosa me consumió todo el día en la cama.

Casi, como digo, estuve a punto de convencerme de que la Feria del Libro es inútil. Pero después pensé que no. Algunos atrevidos, algunos disidentes, algunos a los que en otras ocasiones frena un pudor o un respeto catedralicio a las librerías, curioseaban desinhibidos, casi lascivos; incluso compraban algo, aunque fuera uno de esos libros gordotes cercanos al tamaño folio y con títulos prosaicos en letras doradas, esos que suenan a bodrio bestselleriano de "no sin mi hija" o a película de después de comer. Así, al aire libre, parece que los libros tienen otro atractivo algo más solícito o procaz, como si se remangaran la falda para dejarse ver las pantorrillas. Esta fascinación casi sexual llama la atención hasta de los que padecen rechazo urticario a la lectura.

Pero ese lugar sahariano, segregado, donde nuestras autoridades cultísimas y redoctas abandonaron a la Feria del Libro, no ayudó en nada. Su sitio era la Plaza del Cabildo, claro, pero algunos, los hosteleros okupas del espacio público (hortelanos de sillitas, mesas y sombrillas) o los mismos políticos, temerosos de que el saber rebele a la masa contra su impúdica catetez edilicia, lo impidieron por lo visto. Aunque a lo mejor simplemente pensaron que esa pestilencia greñuda a cultura no pegaba en ese hábitat reservado a la ebriedad de los gobernantes analfabetos, los reyezuelos triperos y los pijitos nacionalcatólicos de jersey al cuello. Sí, seguramente fuera esto. ¿Impropio de nuestros prebostes? ¿Imposible tanta cerrilidad en nuestros ediles? Que va, que va. Si quieren una prueba del asco terrible que deben a tener a los libros algunos de los que se sientan en los plenos, lean ese opúsculo panfletario que revolotea por ahí, un insulto a las letras que se llama "Tu Sanlúcar" (o algo así). Léanlo, a ver si son capaces de pasar de la página tres sin que el ataque de risa les haga ingresar en la UVI. ¿Qué apoyo a una Feria del Libro se puede esperar con gente así?

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2/05/98

Doble impacto.

El pasado fin de semana se le ha agriado a más de uno. Primero el borrellazo, que ha dejado patidifusos a los hombres fuertes de eso que se llama el aparato socialista (que no es ni una turmis ni un órgano de florido capullo, sino una especie de hermandad o masonería con un vago aire soviético y retrógrado de vieja guardia), y luego, ese horror tóxico, fantasmal, que deambula por nuestras aguas y nuestros suelos, acechante y ponzoñoso.

Borrell, que ahora de repente ya no se llama Josep ni José, sino Pepe, como si fuera el quiosquero o un sobrino que vuelve de la mili, les ha sacudido un tremendo sopapo a los padrinos sociatas, les ha refregado por la cara ese ente amorfo y traslúcido, la militancia de base, que normalmente sólo se saca en los discursos a modo de coletilla, y que ahora se ha levantado, hambrienta como un zombi o un vampiro después de la siesta, para devorar higadillos y desparramar a dentelladas la sangre viscosa y porcina del pasado socialista. Borrell, el rebelde, el sabihondo, el "modosito", ganó, y más de uno daba mil duros por un agujero donde esconder la cabeza. Almunia, con esa densidad grasienta de paquidermo o mendigo mal afeitado que no sé por qué me inspira, se quería ir, más por pura vergüenza que por dignidad política. Claro, había construido unas primarias como una exhibición, como un chalecito en la costa para impresionar a los cuñados, pero se le cayeron los palos del sombrajo. Y González se ve de repente como si descendencia, sin heredero, muerto genéticamente y listo para ser declarado sólo un pesado obelisco a lo pretérito. Pero Chaves sí que no sabe dónde meterse después de ese aciago fin de semana. El pobre, con su calva oronda y prismática, ansioso de cabellos para mesarse, como no tenía bastante con el bofetón de las primarias, se encuentra ahora con el desastre de las minas de Aznalcóllar. No es justo que le pasen tantas cosas a una sola persona. Eso ya es abusar. Dos disparos, dos impactos: uno en el corazón retrofelipista y otro en el cerebro (ese era más fácil) donde nacen las Consejerías y las meteduras de pata medioambientales.

Esta marea tóxica va a hacer rodar cabezas y algunas otras cosas igualmente esféricas y queridas. Hablan los consejeros barrigones de un Doñana administrativo, europeo y abanderado del turismo guiri, y los ecologistas barbudos de sus animalitos y de sus florecillas, mientras se les caen lagrimones gordos, exhaustos, destilados de una conciencia verde sincera y biosférica, como niños viendo "El Rey León". Pero hay más. Esa peste negra ha arrasado el Guadiamar. Miles de millones de pesetas y el trabajo de miles de familias se han extinguido bajo la costra negra de ese fango mortífero. Durante años (decenas dicen algunos) esas tierras quedarán baldías, aniquiladas. ¿Y nosotros? ¿Y Sanlúcar? Todavía (cuando escribo) es demasiado pronto, todavía hay que medir concentraciones y pHs, y lo que pueda aflorar en meses o años venideros es impredecible. Personalmente soy pesimista. Todo será, desde luego, cuestión de grados, todo dependerá de lo que se pueda aminorar el daño, de lo que se pueda amortiguar esa avidez depredadora de devastación. Sea lo que sea, un golpe soportable o un desastre global y apocalíptico, alguien va a tener que empezar a dar la cara y a asumir sus responsabilidades, y desde luego, a soltar duros a los seres humanos (no flamencos ni cangrejos, sino seres humanos) que han perdido todo o están próximos a perder todo o bastante. "No es hora de buscar responsabilidades, sino de trabajar para solucionar los problemas" están diciendo los prebostes, sudorosos ante la posibilidad de expedientes o de la mísera calle. Se equivocan. Es hora de las dos cosas. Porque ni los suecos ni los funcionarios acomodados de la Junta que les han hecho la vista gorda pueden salir indemnes de este asesinato global. Lo menos grave que tiene Chaves encima es lo de "El Niño" Borrell. Una tierra entera clama justicia contra esa empresa sueca criminalmente pasota y contra las alimañas de despacho que le han hecho el juego, sobornadas o simplemente idiotas. Mucha gente ha metido la pata hasta el fondo, y hay cosas que no se pueden perdonar.

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