EL ESPECTRÓGRAFO DE MIRADAS

Luis M. Fuentes

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17/04/99

El monolito de Clinton y el catavino de Blair.

Desde aquello de 2001, los monolitos han ganado cierta santidad cósmica, artística y gloriosa. Un monolito ya no es algo que se ponga en un jardín o en una plaza, para inmortalidad de los prebostes y reliquias locales y satisfacción de los ediles en precampaña: es algo que sólo puede estar en la Luna u orbitando Júpiter. Cualquier otra cosa es ningunear su alegoría y arrastrar su consideración hacia una vulgaridad insultantemente pedestre. Debería estar prohibido erigir monolitos en vano; es más, un tronante y mosaico tribunal de blasfemias artísticas tendría que encargarse de dar castigo ejemplar a los que contravinieran tal mandamiento.

A Clinton, sin embargo, le han dedicado, sin pudor, uno en Granada. Más o menos (más menos que más) desde donde sus ojillos de guiri agilipollado y cachondón se maravillaron del crepúsculo granadino, desde donde se emborrachó de un sol medio moro en vez de hacerlo de vinillo (que es lo que corresponde a ese turismo jaranero de ver flamenco y piernas recias de bailaoras que hacen los americanos), por allí, digo, en algún mirador sobre el perfil entre islámico y judío de la ciudad, han plantado la piedra y la leyenda. Y, la verdad, lo mismo se lo merece, porque Clinton también es una especie de monolito, todo polla y nervio y fogosidad, una cosa brutal, cuadrangular y pétrea de erecciones y de mamadas y pajillas de despacho. Así, ya ven, convertido en piedra, por siempre duro y erecto, como viagramado eternamente, para mayor gloria de Mamónica Lengüisky, quedará en la memoria y en la faz urbanística de Granada, aunque sea con las letras cambiadas. Sí, porque, encima, se han equivocado al poner su nombre en el pedrusco, han trocado ‘m’ por ‘n’, y ‘j’ por ‘b’, y se ha quedado en "Willian B. Clinton" (B de Bill, que es como poner José Pepe) en vez de "William J. Clinton", que es como se llama de verdad este muchachote con pinta de mormón algo desnortado. Es que las letras y la política nunca se han llevado bien, ya se sabe.

Ay, maldita sea la gracia que les ha hecho a los granadinos verse un monolito (erigido o erecto) dedicado a la rebaba de este guiri metepatas y metetodo en tan principal ubicación de Granada, que es una ciudad como muy arquitectónica y muy milenaria y muy crisol de culturas, muy digna en sus suvenires y sus panfletos museísticos, vamos. Es que no pega, hombre, eso es como erigirle un busto a la Pamela Anderson (vaya pleonasmo) en el Museo Reina Sofía. Se admite lo de Washington Irving porque no tenía la cara de atontado que tiene Clinton y además era más culto y tenía más talento, pero ya con eso tienen reconocimiento de sobra los Estados Juntitos de América. Mira que son horteras estos políticos nuestros, hay que ver.

Aquí en Sanlúcar no hemos erigido ningún monolito a Blair ni a Aznar, de momento, pero no desconfíen, que pronto se le ocurrirá a alguna de nuestras lumbreras municipales. La cosa es hacer la pelota en plan paleto, valga la cacofonía. Sí, ya lo estoy viendo: Bajo de Guía en un domingo transparente, benigno y pulcramente marítimo, y Aznar y Blair y el alcalde (el que salga) descubriendo un monolito bajo la dirección escénica de Manolo Cabo, que luce como nunca su look de gerente de sala de fiestas de los setenta. Oh, qué fantasía: Sanlúcar internacional, Sanlúcar universal; después de eso y de la Juani de "Médico de familia", ¿qué más se puede pedir para nuestra promoción?

Pero, aunque no haya monolito, tenemos esos catavinos del brindis de Aznar y Blair que los hermanos Lazareno guardan como si fueran el Santo Grial por duplicado, envueltos en un celofán de satisfacción cateta y piadosa devoción hostelera, que cualquier día los sacan como al Corpus, esparciendo incienso y arrastrando a un batallón meloso y repipi de niñas y niños de blanco. Y es que si hay algo que les gusta a los hosteleros es presumir de conocer a políticos y a folclóricas (es algo que les viene en la vocación), y si pueden guardar reliquias (como catavinos, servilletas sucias o pelos pichones de los lavabos) mejor que mejor. Se enmarcan y se alumbran con un foco y queda la mar de impresionante sobre la barra. Y así están algunos, venga mira que te mira todo el día, soñando con una invitación para comer en la Moncloa o en Downing Street y contándoles a la clientela borracha o aburrida, mientras limpian los vasos con esa cadencia artísticamente desganada que les enseñaron las películas americanas: "Ah, aquel día que vinieron mis amigos Aznar y Blair...". Tócala, Sam. Siempre tendremos Bajo de Guía.

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