Crónicas y otros atrevimientos
Luis Miguel Fuentes

26 de julio de 2003

La Andalucía de horchata que ya vio Alberti

Había que bajarse a la calle en guerra, dejar el surrealismo que es ponerle hormigas a todas las cosas y patas a todos los sueños. Entonces lo dijo Alberti: “Mi poesía va a estar al servicio del pueblo”. Alberti sufre esa imagen tópica de farero loco, de hombre de las barquitas, muy explotada en los carteles y las postales, pues tenía cabeza marinera, la melena sin rumbo y la mirada en las constelaciones que pintaba besando a un toro. Pero Alberti era un ser político, era política con declamación y con rabia. En sus versos, como en su vida, venían galopando juntas la libertad y sus metáforas, la revolución y sus quijadas; era un comunista cuando escribía y cuando vivía. De esto quería dar fe, de esto quería hablar Rafael Escuredo en su conferencia “La coherencia de Alberti”, que pronunció en la Fundación que tiene el nombre del poeta, entre muchachos cursillistas y funcionarios que se asomaban.

La sede de la Fundación Alberti tiene sus poemas en rojo y en azul, tiene su cabeza bellamente craneológica por las paredes, sus cuadros con muchos ojos y manos que son bocas, el famoso tablero del juego de la oca con todas las ocas ardiendo, aquella foto con la generación del 27 en pose de ánfora, como sorprendida en negro por la eternidad o por el Greco. Es una sede vistosa y mimada a la que sólo afea, quizá, ese leve dulzor repulsivo que se queda en el aire de los sitios donde hay demasiada gente viviendo de los muertos (Alberti es un muerto muy grande del que vivir). Allí, después de pasear por entre los retratos del poeta, Rafael Escuredo, al que también se le ha ido poniendo el pelo blanco y la pose algodonosa de los sabios, habló de la coherencia y el compromiso de Alberti como una  sobrepiel que no le abandonó nunca, a pesar de que se le cruzaran los continentes, los malvados y sus guerras.

“La vida de Rafael Alberti –dijo Escuredo-- es la vida de un hombre y un poeta siempre libre, y el más coherente de los que yo he conocido; su coherencia como hombre rebelde, siendo leal a sus ideas, adoptando un compromiso, primero consigo mismo, de autenticidad, y luego un compromiso social, con el pueblo, con los explotados, con los oprimidos”.  Escuredo recordó con visible emoción cómo conoció a Alberti en las Cortes Generales del 77, cuando el que fue primer presidente de la Junta de Andalucía era un joven diputado y Alberti entró del brazo de la Pasionaria, los dos como galeones en llamas, los dos como viudos de la guerra, atravesando los patios de esa España democrática primeriza donde estaban todavía Blas Piñar o Martín Villa, “que todavía no se ha bajado de un coche oficial”. Si el Alberti más albertiano es, para Escuredo, precisamente el de El poeta en la calle, esa entrada suya, reluciente de melena, en unas Cortes que tenían todavía mucho de sarcófago, con sus fascistas con asco, con todos esos hombres todavía de rosario y garrote vil, explicaba quizá el Alberti más alegórico, el tanque de su poesía y de su presencia con las dos Españas mirándole en silencio.

Pero Rafael Escuredo dejó claro que, a pesar de que Alberti “fue un hombre comprometido, un hombre del Partido Comunista, nunca fue un hombre de la política de los partidos”. “Siempre fui y me sentí libre”, recordó Escuredo que dejó escrito Alberti. Pero esa libertad y esa fuerza vital de Alberti no se dejó corromper con el rencor y cuando volvió del exilio como de atravesar sucesivas tierras de dragones, dijo aquella frase llena de palomas: “No vengo con el puño cerrado, sino la mano abierta...”. Fue esa fuerza vital, explicaba Escuredo, la que hace que su obra poética tenga “un hálito y de optimismo y de esperanza no reconocible probablemente en ningún otro poeta de su generación: Es el poeta del compromiso, de la libertad, de la esperanza”.

Quiso Escuredo resumir la coherencia de Alberti en tres aspectos fundamentales. Primero su amor a la libertad y a la vida. Luego, la lealtad a sus ideales y al compromiso con el pueblo, que hizo que “nunca le sobrepasara el miedo a la hora de implicarse”. “Ante tantos espectáculos que vemos hoy, resulta gratificador y emocionante que haya personas como Alberti, capaces de ser fieles a sus ideas hasta el día de su muerte, sin flaqueza, sin renuncia –decía Escuredo--. Siempre fue un comunista convencido, que creyó en la redención del ser humano a través del cambio revolucionario y de la libertad y la fraternidad de los pueblos. Fue un utópico, pero no en el sentido que se le da ahora de loco e irresponsable, ahora que se lleva el discurso único y lo políticamente correcto; sino su utopía por encima de los fracasos de la historia, sus valores y su ética que permanecen a lo largo del tiempo”. Por último, quiso destacar su andalucismo, que Rafael Escuredo no dudó en calificar de “visceral”, pero un andalucismo juanramoniano, que no es el andalucismo “barato” del “qué bonito”, eso que tenemos que sufrir tanto por aquí y que hasta tiene un partido compravendiendo a Blas Infante. “Es un andalucismo de fondo, donde están las claves culturales –explicaba Escuredo--. Y es un andalucismo de una actualidad rabiosa”. Y entonces Escuredo leyó un estremecedor párrafo de Alberti: “Interesa que Andalucía siga inmóvil y que no levante ni un dedo.  Es una cosa que se ve claramente porque en estos años Andalucía no ha explotado, ni ha sido como Andalucía era. Andalucía ha sido siempre muy peligrosa y le están quitando peligrosidad, la están aminorando, le están poniendo inyecciones de horchata y tenemos que salir al paso de eso”. En la sala, iluminada de repente de lucidez y actualidad, las palabras del Alberti que fue revolucionario antes que poeta sonaron a sentencia eterna y a oráculo gaditano.

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