Crónicas y otros atrevimientos
Luis Miguel Fuentes

 17 de abril de 2004

CONFERENCIA DE GONZALO PUENTE OJEA
República y laicismo

SANLÚCAR.- Ahora, cuando el pueblo le reza a princesitas de merengue y la monarquía sabe bien reír y llorar y montar en helicóptero, el amanecer republicano tumbando las carrozas parece una conspiración de poetas y locos lúcidos. La monarquía es la estética de los castillos y de una espada artúrica, más toda la sentimentalidad que viene de los cuentos donde salen hadas o ranitas y de las películas de Sisí, con las que lloran las costureras y las solteronas. De ahí nos llega el infantilismo de los reyes buenos y los súbditos que los quieren mucho, de los príncipes con corceles y las infantitas de los pobres, pero esto lo que da no es una forma política, sino un vals y un pastel. En realidad, los reyes fueron simplemente los guerreros más brutos, que al imponerse a otros guerreros brutos creyeron que el Altísimo los había elegido. Por eso pronto venían los poderes religiosos a bendecirle el trono, las coyundas y la larguísima familia que ya tendría por siempre, a través de los siglos, a Dios en la alcoba. Monarquía y religión son lo mismo. Que puedan convivir monarquía y una sociedad verdaderamente libre es, pues, una contradicción, y eso es lo que vino a decir Gonzalo Puente Ojea en su conferencia.

De camino al Palacio Ducal de Medina Sidonia, donde se celebraba el acto, los republicanos se cruzaban con las señoras que iban a misa en la parroquia de al lado. Y es que todo el evento parecía decorado por el enemigo. El salón del palacio de la Duquesa Roja lo presidía el cuadro de un crucificado con pose de bailarín, y en las paredes, franciscanos o llagados, condeduques o querubines, anunciaciones o conquistadores ponían quizá un ojo maldiciente sobre las palabras duras de Puente Ojea, al que la edad le ha dado un aire de plateada ingravidez, como si fuera un Fred Astaire del ateísmo. Era un acto republicano, pues, que parecía un té de marquesitas, y en el que, entre los cristos y los tapices, la única bandera tricolor que no lucía en las solapas estaba sólo insinuada con flores, ante la mesa, como el corazón perfumado y discreto del republicanismo. La anfitriona, Luisa Isabel Álvarez, duquesa de Medina Sidonia, mujer chiquita, culta y roja que incendia la Historia vestida de de albañil, había puesto candelabros de quintal y botafumeiros imaginarios para recibir a unos republicanos de casino y ateneo (el acto lo organizaba el Ateneo Republicano de Sevilla), profesores, viejos comunistas y jóvenes de la izquierda descolocada de hoy en día.

Laureano Rodríguez, secretario del Ateneo Republicano de Sevilla, llamó a la Tercera República como a una novia o a un amanecer, y dejó melancolía y quizá afectación, que es un mal de muchos republicanos hoy en día. Pero los latigazos los dio luego Puente Ojea, que centró su discurso en el laicismo como verdadero eje de una sociedad libre. Gonzalo Puente Ojea es ese hombre inquieto e inteligente que llegó a rondar a principios de los 50 los círculos católicos y un día, en un ejercicio de higiene mental o dignidad intelectual, decidió comprender, lo leyó todo, lo pensó todo, y lo que encontró fue que casi todo era mentira, que es lo que suele pasar cuando se busca demasiado. Miembro de la Carrera Diplomática, embajador que lo fue en la Santa Sede, donde se curó de espanto, ya sería por siempre un ateo militante o guerreador, lo cual ha plasmado en multitud de libros que son como sucesivas condenas al infierno.Y Puente Ojea, contundente y hasta arrebatado, lo que dijo es que el verdadero laicismo es un “sistema moral que parte de que hay un espacio para lo público y otro para lo privado”, y que deben estar separados (la res publica, no es más que eso, la cosa pública, el interés común). Pero hoy en día, lo que tenemos es lo contrario, un entremetimiento de lo privado con lo público que Puente Ojea ilustraba con el hecho de que la Iglesia dialoga de igual a igual con el Estado, haciendo maridaje con él o tutelándolo desde la monarquía, que gusta tanto de las misas con forro cardenalicio. Para Puente Ojea, como para otros muchos, la Iglesia ha conseguido del Estado, hasta santificarlo en la Constitución, un trato privilegiado que le ha permitido lo que más anhelaba: controlar la educación y además con el dinero público. Sin el fundamental laicismo, que sería lo primordial en una Tercera República, lo que queda es sólo “la discriminación ideológica y el secuestro de la mente”, y, consecuentemente, vino a decir Puente Ojea, todo nuestro supuesto sistema de libertades está viciado. “Lo que no tenga esta división no puede llamarse democracia”, afirmó.

Puente Ojea criticó con dureza la actual partitocracia que hace que “los canales entre el ciudadano y sus representantes no existan”, y que lo que conforma es un sistema en el que “los partidos se reparten el poder por turnos” mientras la ciudadanía permanece ignorante o secuestrada por medios de comunicación controlados desde altos despachos contiguos a los propios partidos. Tampoco escatimó críticas contra la Santa Constitución, de la que dijo que “nos la han querido poner como modélica pero fue operación escandalosa”. Una Constitución que describió como “Carta otorgada”, redactada por elegidos a dedo por el Rey, sin un verdadero proceso constituyente, y consagrada a salvaguardar los eternos poderes en un nuevo marco de apariencia democrática. Del Rey dijo que era “fernandino” y “demagógico” y que seguía mandando en todo desde esa Zarzuela como un Olimpo. “Los poderes del Rey son ilimitados, porque no están tasados en la Constitución”, señaló. Y citó a la prensa Americana para afirmar que, antes de la foto de las Azores, el Rey llamó a Bush para decirle: “Presidente, estamos con usted”. “Y esa ofrenda al apóstol Santiago –decía, sublevado--... ¿Pero este señor se cree que el país es suyo?”. Puente Ojea no dejaba de lanzar bombas ante la mirada espantada de los cristos y del viceconsejero de Turismo, Javier Aroca, al que se le veía como si le hubieran invitado a su descuartizamiento.

No faltó el recuerdo a la Constitución del 31 ni a la figura de Azaña, y después de los truenos, la duquesita, algo apabullada, sólo dijo que “la política me da igual mientras haya ética, justicia y libertad, y eso no lo hay hoy”. Entre profundas verdades y tiernas melancolías, el republicanismo, pues, sigue pareciendo una exquisitez para minorías que no leen el Hola. Recordaba Puente Ojea que la española es la única restauración monárquica desde la I Guerra Mundial, quitando quizá la de Afganistán por los americanos. Pero, ya ven, al pueblo, que come lo que le dan, lo veremos ir a la Almudena por si a la princesa se le cae una lágrima como un zapatito de cristal.

N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.

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