Crónicas y otros atrevimientos
Luis Miguel Fuentes

  28 de febrero de 2005

Fiesta del PSOE en el 25º aniversario del 28-F
La pana mojada

CHICLANA.- El día desapacible esponjaba los símbolos, llovía por encima del cartón de la autonomía, llovía sobre los ex presidentes como sobre el sombrero de los cowboys, y todo traía un olor a pana mojada, a socialismo bien calado desde los pies, que a lo mejor es el olor del pueblo o eso se pretende. Se trataba de celebrar el 28-F un poco como viejos rockeros o viejos banderilleros, en el feudo socialista que es Chiclana, en una finca con plaza de toros, con paredes de herrería, con la chacina apilada en platos de plástico, con chirigotas de teloneros, con la gente traída en autobuses como a una Fátima del PSOE donde se iban a aparecer las glorias presentes y pasadas con las armaduras según la edad. Los ex presidentes, juntos, parecían los Rolling Stones, cada uno en su esqueleto: Escuredo y Rodríguez de la Borbolla, que son como la etapa más moruna de la Junta, tirando a Carlos Cano; y Felipe González, al que se le ha quedado algo de antiguo pirata o cantante de tango congelado para siempre en el anacronismo y en el clavel en la boca. Completaban el elenco el presidente Chaves, último guardián del vaticanismo socialista, y la vicepresidenta del Gobierno María Teresa Fernández de la Vega, diosa madre adelgazada del zapaterismo. Entre todos hacen muchos socialismos diferentes y todo un museo del vestido del PSOE, socialismos que todos saben que no terminan de llevarse bien pero que intentaron hacer un parlamento homogéneo, intrahistórico y sin colmillos, como la Navidad de varios cuñados. Con las redondas palabras de la autonomía y el pueblo, se puede hablar mucho sin que se vean las chispas. Así que los discursos quedaron como los de un padrino de boda: 25 años de blancuras, Andalucía ingresando poco a poco en el hiperespacio, lo bien hecho y lo que se irá haciendo y el socialismo como el gran velero que nos ha ido llevando contra el enemigo con cuernos.

Con un público con hambre, porque los autobuses dan mucha hambre, los discursos se oían menos cuanto más se acercaba uno a la barra. Felipe González fue el más aplaudido con diferencia. Todavía conserva el ex presidente cierta plata en la oratoria, además de medallas o patas de palo que las bases socialistas, que lo han paternalizado, le reconocen de varias guerras contra la derechona. Habló un poco afrancesado y reiterativo, sobre la igualdad y las desigualdades, inconcreto pero efectivo para la sentimentalismo que se busca en estos casos. Chaves estuvo vendiendo sus sucesivas décadas, metió el Airbus, las células madre y los niños bilingües que no sabemos dónde están. Fue gracioso cuando dijo que “no caben triunfalismos”, cuando todo él es eso precisamente. Pero uno se queda con Escuredo, que alertó contra “instalarse en la historia” y el peligro que nos traen los de por ahí arriba. La vicepresidenta fue como una invitada guiri, tanto que una señora la confundió con Teófila. Por lo demás, uno se dio cuenta de que hasta en el socialismo unos son más iguales que otros y que el roneo y el “voy a presentarte a...” no distingue izquierdas y derechas. En la sala blindada de los VIP, parecía que había entrado Beckham. Los grandes del socialismo no se quedaron a comer la comida de perol para la que hacían cola los demás. Hasta en la pana mojada hay categorías.

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