Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

4 de diciembre de 2005



Frontera social. Canal 2 Andalucía es como la hermana hippie de Canal Sur y se le nota en herbolarios y temáticas de acuarelas y flautistas. Es un canal más cuidado, pero a cambio queda un poco cultureta y como orientaloide, algo entre ONG, tienda de indios y cineclub. Suele dar programas bienintencionados, alternativos, étnicos, aburridos, comprometidos y con mensaje. Claro que también está lo de Joaquín Petit, que no es nada de esto pero sirve para que él le ponga gabardina al micrófono, humo a los pianistas y ojos de gato abandonado a su voz. Frontera social es un programa aceptable en su concepto que luego cojea por una presentadora, Agustina Sangüesa, que tiene tics de teletienda, y por unas entrevistas chocantes, cuando eso de la “problemática social” merecería toda una cátedra. Veo por ejemplo a un par de chicos, uno con pinta de Verano azul y otro que parece que va a un taller de bicicletas o a un partido de béisbol cargado de collares, y es que se trata de una especie de debate entre “pijos” y “canis”, enfocado de una manera maternal y equidistante. Quizá porque no hay que “demonizar la violencia juvenil”, al cani se le daba paso como a un sociólogo en chándal para que le echara la culpa a los porteros de discoteca y pidiera en un seudolenguaje analfabeto que a la juventud se le diera una salida fomentando el rap, el grafiti y el tuneado de coches. De estudiar o trabajar no decía nada, que eso es un prejuicio contra la multiculturalidad. Todavía le pidieron que se adornara con un rapeado en plan buen rollito. Pero casi más descolocante fue llevar para hablar de la igualdad de los sexos al Linterna y a Carlota de Las Carlotas, que eran como un dúo del bombero torero y la que anunciaba la lejía Tres Sietes. No sé qué sería de la problemática social, pero a mí sólo se me quedó nuestra añeja incultura y zafiedad en su distintas generaciones, con las que parecía muy a gusto el programa. Agustina Sangüesa daba paso luego a reportajes interesantísimos, pero lo hacía como si fueran anuncios de aparatos de abdominales.


La lección de Caballero Bonald. Los periodistas parecían albañiles al lado de Caballero Bonald, sabio como un chino sabio. Los programas mañaneros de periódico y croasán no pueden sino caer también con legañas en el cotilleo político y en la postura de francotirador que han adoptado los medios en esta nueva antropofagia que vive España. Por eso, poner allí tan temprano a un intelectual que ya es estatua como lo eran los emperadores, a una inteligencia que piensa siempre a mayores distancias, dejaba a los tertulianos en miopes, meticones, comadronas o parvulitos. En Los desayunos de TVE, España era un rellano, una panadería, una oficina, y Caballero Bonald, como un oráculo con cabeza de dragón invitado a un cafelito, parecía que hablaba de universos anillados frente a otros que discutían de yesería. El periodismo está perdiendo profundidad, ya es sólo anecdotario, berrinche, las miguitas del comedero del día, la miseria de los palominos de los políticos. Su guerra está a la distancia de las navajas y del culo del otro. Cuando el “analista” de turno viraba hacia ese como conflicto de coros y danzas que sufrimos en política, Caballero Bonald habló como el trueno: no le interesa hacia dónde va España, porque todo eso son “abstracciones”. Qué gran verdad, qué gran lección. Así se salta del corrillo a la universalidad. Ahí está la tarea del intelectual, cuando los periodistas parecen joteros.


Ha sido un libro. En Andalucía están haciendo una campaña de fomento de la lectura que más bien parece de fomento de los alfajores. El libro como un torta o el libro como un ladrillo es lo que les sale en este anuncio ridículo, idiota y triste que las autoridades nos han puesto con orgullo. Un hombre espera agobiado en un hospital lo que parece un parto, con imágenes entremetidas del proceso industrial de un libro o de un surtido de galletas, no se sabe. Al final, aparece una enfermera que le dice: “Ha sido un libro”, y se lo da igual que la bombona de butano. “Hay mucho esfuerzo detrás de un libro, aprende a valorarlo”, es el eslogan. Es como pedir a los andaluces que aprecien un libro por el peso y por el porte, asumiendo que no pueden hacerlo por la sustancia. Le falta aclarar que un libro no se come ni se enchufa, que seguro que el cani rapero de antes no lo sabe.



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N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.



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