Somos Zapping
Luis Miguel Fuentes

5 de febrero de 2006



Bienaventurados. El programa era la cola para ver a una pitonisa, y ella, la gallina Caponata vestida de novia. Pero María Jiménez me cae bien, con plumas o con sartén. No va, como otros, de psicoanalista de guardia, de profunda o de levitante, ni por supuesto de intelectual porque no puede, sino simplemente de ella misma con los ojos muy abiertos y la toalla por la cabeza. Bienaventurados da la impresión de que pretende ser una sustitución del Loco de la colina por su suegra y puede que lo sea. María Jiménez cambia el ambiente de dormidos por otro de bruja Avería, los silencios por desplantes y las miradas curvas por piernas que se le salen. Está en su programa como un mascarón de proa, porque las preguntas siguen siendo de guionista y las peores endebleces las muestra un elenco de colaboradores, sacado de los cajones de un titiritero, que no se sabe si fingen sus personajes o lo son de verdad: el mariquita folclorioso, el graciosillo juvenal, la niñata bajuna o un señor taxista con toda su pachorra. María Jiménez, auténtica, inocente y pajarera, da personalismo, susto e imprevisibilidad a un programa que aporta poco aparte de la raza de sus abanicazos y apostillas. Sus entrevistados son gente que normalmente no tiene nada que decir, como por ejemplo esa Lydia Lozano del otro día, cuyas escasísimas luces íbamos descubriendo en paralelo a los arcanos de un Tarot que le echaban por delante como capotes. A María Jiménez la rescató Sabina como del bingo y la descubrimos dándole a sus canciones una sangre distinta y unos meneos de cocinera. De Sabina tiene también algo copiado este espacio, esos benditos y malditos que ella recita o quizá homiliza. María Jiménez no es buena ni mala presentado esta cosa de entrevistas, sino especial, como si el programa lo hiciera un bombero. Ella cambia el vestido de gallina por otro de Juana la Loca, pero no me interesa quien sale. Ella es todo el espectáculo y el programa durará lo que dure ella arañando.


El conflicto. Un día la Historia les juzgará como merecen, a toda esa raza de pedagogos cursillistas y psicólogos del Nesquik que se han cargado la educación pública y encima andan contentos y salvíficos. Era un instituto malagueño lo que nos sacaba el programa de Canal Sur Los reporteros, pero aquello parecía como una franja de Gaza donde de repente hacían falta voluntarios mediadores, oenegés de pan y manteca, misioneros de paz, una ONU para cada gamberro y un hada madrina para cada niñato. El instituto era normalito, o sea que no se veían navajas, sino sólo alumnos montunos toreando o cachondeándose de unos profesores con cara de panoli, algo así como Juan Cuesta. Sólo para hacerlos entrar en clase se necesitaba toda una embajada de grupos de apoyo, terapias zen y señoritas convencedoras. Es que no se trata de aprender ni de enseñar, que eso quizá se hace en otro sitio, sino de “reflexionar sobre el conflicto con los afectados” y de practicar “la cultura de la paz, en la que Andalucía es pionera”, que explicaban estúpidamente en el reportaje. El director, que siempre decía “alumnado”, afirmaba muy tranquilo que cuando en clase se aburren o no entienden, es cuando se da el conflicto. Así que hay que hacer que no se aburran y que lo entiendan todo, supone uno. Y si se da el conflicto, pues se monta un concilio en el que todos se hablen “como iguales”. Pero una chica, ya con edad de novios, que no sabía resolver un problema de una sola cuenta de multiplicar, fue la que dejó la verdadera altura de esta educación hecha por papanatas y margaritos que ha hundido ya a una generación de españoles.


Triunfo andaluz. Jesús Carroza, con el Goya en la mano como un cartón de tabaco, parecía que se había escapado del reportaje anterior para dar una rueda de prensa. Canal Sur, muy ufano de cierto triunfo del “cine andaluz”, también dedicó tiempo en Los reporteros a este renacer, personalizado en el chaval sevillano. “Estí un montón de nervioso, ¿jabe?”, dijo al recibir el premio. Y a este chico de barrio, espécimen logsiano salido de nuestro abundante criadero de analfabetos, nos lo mostraban como un héroe americano a lo andaluz. El retrato de un sur negro y de nuestra juventud perdida interpretada por ella misma les llenaba de orgullo. Eso me dio más vergüenza que Carmen Calvo.



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N.A: Este texto original pudo sufrir variaciones durante el proceso de edición.



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